lunes, 22 de noviembre de 2010

Naufragio

Estoy en el barco que se hunde. Yo soy, por supuesto, el barco. Lo que no se hizo a tiempo ya no se hizo ¿cómo se los explico a mis hijos? No les puedo transmitir el dolor que en estos momentos siento. Alguna vez pensé, llorando tirada arañando el suelo, que no volvería a experimentar ese sufrimiento: el tipo que pensaba que amaba me acababa de decir que ni me amaba ni nunca me había amado. Después me di cuenta que tampoco yo lo amaba tanto como creía: dudo, de facto, si he amado a alguien alguna vez. Ahora no se trata de amor, se trata de una vida que se me va, de que las oportunidades ya están a miles de metros bajo el agua, imposible recuperarlas ¿qué mierda hice todos esos años? Me las di de rebelde y de anarca, de humilde y de ermitaña, de asistemática del mundo ¿para qué? Para darme cuenta de que la falta da ambición y de sociabilidad, de visibilidad, me cuestan tan caro a mi intenciones, intenciones que a estas alturas ya no tienen sentido. No sé si quiera si vale la pena preguntarse si lo hago tan mal o demasido bien, quedé fuera del circuito y me eso me pesa ahora. Estoy cansada. No quiero luchar más porque ya no vale la pena. Ya es tarde. Perdí todo ese tiempo valioso que es la juventud y no sé cómo explicárselo a mi hijo para que no le pase lo mismo y un día, cuando sea demasiado tarde, se de cuenta de que perdió todo.

martes, 9 de noviembre de 2010

Comunicarse

Estoy cansada, siento que el horizonte se desvanece y que la comunicación es imposible; hastiada de los diálogos circulares o, no sé si se puede aplicar a una conversación: obtusos; aburrida de la enunciación de ideas cerradas e irreflexivas: "no me querés" por "no me siento querido", "me ignorás" por "me siento ignorado", "no me llamás" por "me gustaría que me llamaras", solo por citar las más simples y breves; fastiadiada de esa tendencia de echarle la culpa al otro de como uno se siente y no ser capaz de verlo, no reconocer que todo lo que le pasa a uno, todo lo que uno siente, no tiene nada que ver con lo exterior, ni menos con las personas que nos rodean, que no podemos pedir que nos quieran o nos traten como uno desearía porque el otro es eso: OTRO, que siente diferente, que ama diferente, que se expresa diferente y, me parece, lo fundamental es poder expresarse con espontaneidad, al menos en casa, ya que hay tantos otros ámbitos donde la obligación nos censura y mata de a poco.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Verte partir

Verte partir, aunque no sea desde el andén de la estación, me ha producido cierta opresión en el pecho que sólo se puede definir como eso: opresión en el pecho, como si me hundiera muchos metros bajo el agua y me agobiara el peso de ella, llevándome a un estado, acaso un lugar, desconocido e indefinible. Flotando en ese lugar que me oprime, me doy cuenta de que dejas un vacío en mi sustancia (si yo fuera agua, quizás sería una gran y molesta burbuja de aire, si yo fuera el espacio, quizás fuera un agujero negro, si yo fuera una persona probablemente un coágulo en el corazón).

Son las circunstancias de la vida, ya lo sé ¿cómo no lo voy a saber a estas alturas? Todo tiene que terminar para que empiecen otras cosas (vidas, experiencias, trabajos, ilusiones). ¿Te acordás cuando hablábamos del tiempo? ¿que las categorías europeas no se pueden aplicar nuestras literaturas, a nuestras vidas? Por que sí, el tiempo no es lineal, aunque ahora te vayas y pareciera que todo, o una parte de nuestro todo por acá, se acaba. Somos el río que corre, parte de él, pero los cursos se separan, aunque sigamos siendo la misma sustancia (o felizmente, a pesar de todo, seguimos siendo la misma sustancia).

Anoche no podía recordar cuántas veces tomamos el 55 juntas rumbo a la facultad. Claro, no las fui contanto y tampoco ahora es importante. Fueron tantas que se convirtió en una rutina, en una sola gran acción que ocupaba parte importante de mi vida. Y cuando dejaste de ir a la facultad, fueron los café en tu casa o la mía, la rutina de caminar esas dos cuadras que apenas nos separaban, muchas conversaciones de trabajo o de problemas o de reflexiones.

De alguna manera vos, que sos la más joven, me daba una seguridad para enfrentar el 55, la facultad, los estudios y hasta las fiestas, solo porque estuvieras allí, aunque no habláramos, aunque conversaras con otras personas, aunque pareciera que yo estaba ausente.

Y ahora te veo partir. Lloro, pero no lloro porque quiera que las cosas cambien. De alguna manera me parecen que fueron perfectas así como fueron. Lloro porque cuando uno cambia de etapa o de ciclo tiene derecho a llorar por lo queda atrás y por el miedo, si te da miedo, de lo que viene adelante. Al final, la vida es una gran incertidumbre y muy pocas personas, con su sola presencia, te pueden hacer sentir mejor y más segura. No tiene que ser la persona que te acompañe el resto de la vida, ni un amor, ni una pasión, si no una amiga, una amiga.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Una madre "moderna"

Mi amigo médico, aristócrata con vocación social, 39 años, soltero, hippie por opción, tiene una idea de la maternidad que lo hace escandalizarse con cada comentario que yo, madre sincera, hago frente a él, conociendo muy bien su sensibilidad. No puedo dejar de pensar en él cada vez que con otras madres, amigas o no, hacemos comentarios del tipo "Che, vamos a cansar a los chicos a la plaza" o, peor aún: "¡Uy, este pendejo me tiene podrida!". En su concepto de vida, la maternidad es un lecho de rosas colmado de amor, los hijos siempre son un encanto y, si algunas veces no lo son, ahí están las madres mujeres tiernas, pacientes, comprensivas, que los contengan.

Así que ahora que la posibilidad de hacer una serie televisiva (sit com, creo que le dicen) con una madre desastrosa como protagonista, tampoco puedo dejar de pensar lo que el pobre pudiera pensar de la sociedad. Lo cierto es que no sólo pienso en él, también tengo en consideración los ejecutivos y profesionales que trabajan para el nuevo gobierno en Chile y me parece, entonces, que la posibilidad se va alejando más y más. Estoy segura que la mayoría de las madres de cuarenta y años, años más, años menos, se sentirían identificadas y se entretendrían, así como los hijos adolescentes que las sufren. La lógica es implacable: si mi amigo aristócrata, mesurado y con ideas socialistas se escandaliza ¿qué se podría esperar de una dirección que, asumo, está integrada por mayoría de varones católicos y opus dei?

No una madre real, en todo caso. Y eso es lo que yo quiero mostrar.

sábado, 23 de octubre de 2010

sueño para analizar

Estaba en una suerte de campo, bajo un árbol, con mi pareja, dispuestos a hacer el amor. Era el crepúsculo. Durante el día había caminado por el campo y había descubierto que los gansos que paseaban por el lugar tenían varios nidos con huevos, uno huevos grandes y muy blancos. Alguien del lugar me contaba que cuando nacían los polluelos y recorrían el campo rumbo al estanque de agua, las gentes del lugar, hombres principalmente, iban a matar a los gansos adultos con sus escopetas, a cazar, la temporada de caza. Horrorizada con la costumbre, le preguntaba si acaso los polluelos sobrevivían. Me decía que algunos, aunque la mayoría moría, pero como podía ver yo misma, seguía habiendo gansos. Sí, yo los estaba viendo. No entendía cómo podían seguir existiendo estas aves en el lugar si todos los años había una masacre de ellas. Eso había sido durante el día. Ahora anochecía y estaba semi desnuda a punto de hacer el amor con mi pareja. Estaba excitada y tenía muchos deseos. Ahora recuerdo que entre la escena de los gansos y la hora del anochecer bajo el árbol, él me había ido a buscar a una facultad. Yo estaba estudiando en un aula junto a varios compañeros y compañeras. Leíamos un libro cuyo título era un nombre femenino, aunque no era Madame Bovary. Desde la facultad habíamos regresado al campo. En el momento es que mi pareja estaba por penetrarme, se separa de mi y me empuja con rabia y asco. No voy a hacer el amor contigo porque estás pensando en otro hombre, me decía. Yo no lograba comprender lo que había sucedido, pero me daba cuenta de que era inútil rebatir su idea. Me empezaba vestir para irme, pero él me decía que no podía, que si no hacía el amor con él pensando en él, no lo haría con nadie más. Estaba encerrada porque ¿cómo podría él alguna vez saber lo que yo pensaba? Si se le había metido la idea en la cabeza no habría forma, con datos objetivos, de convencerlo de lo contrario. Me detuvo con fuerza del brazo, enterrándome sus dedos fuertes. A continuación, la cosas empeoraban, de pronto era prisionera de él y su familia. Tenía una madre que se encargaría de castigarme por mis pensamientos. Además, tenía un hermano con una mujer extranjera que no era castigada y yo no entendía cómo ella se las arreglaba para mantener contento a su marido, como de verdad no entiendo cómo los matrimonios pueden ser de tan largo aliento. De todas maneras, se veía que ella estaba de mi lado, pero no podía hacer mucho; al menos, tenía la libertad de salir del campo. A mi me encerraban en una suerte de jaula gigante, o galpón mejor dicho. Antes de que ella se fuera, yo le pasaba mi celular, que me lo iban a requisar y le decía que por favor tratara de comunicarse con la biblioteca con el señor al que le dicen "el negro" para avisarle que le llevaría el libro después de lo previsto. El negro era en realidad un amigo al que yo creía que podía pedir ayuda para que me fuera a rescatar. Ella me dio señales de que había entendido la estrategia y se fue. Más tarde la vi partir en su bicicleta por la alameda que se dirigía a la salida. Se alejaba y yo me quedaba con la esperanza de que me vinieran a buscar. Mientras, la madre de mi pareja o esposo o lo que ya fuera, que es mi pareja en la realidad, me había amenazado con colgarme de los pies si no... si no no sé qué... no sabía lo que esperaban de mi, más allá de que pensara en mi esposo cuando hacía el amor con él. Sin embargo, tuve la sensación de que ya otra mujer había muerto colgada de esa manera.

Sigue, pero es muy largo, puedo decir que hacia el final del sueño, había logrado salir del galpón o granero junto con la chica extranjera que, aparentemente, también tenía intenciones de escapar y llegábamos a una suerte de puente que cruzaba un río, pero el puente, contruido de tablones de madera, se estaba desarmando y daba la impresión de que más que cruzarlo había que escalarlo por sus maderas podridas y astilladas. Yo seguía esperando que el negro llegara con el jeep, pero me daba cuenta de que ese puente y ese paisaje en general solo era posible atravesarlo a caballo, por lo que con la chica decidíamos robarnos los caballos de las carretas de unos trabajadores que no lográbamos saber si sabían algo de lo que sucedía en este lugar, si estaban de nuestro lado o eran cómplices de la familia.

Nunca en el sueño logré llegar a la salida.

martes, 19 de octubre de 2010

Extrañamiento

De pronto te miras al espejo y te desconoces. No es nada raro, entonces, que llegue un momento en que miras a otra persona y te parece un extraño. Entonces, te preguntas si acaso la persona que conociste cambió (como naturalmente debería suceder, pero en dirección positiva y, en general, el cambio que uno percibe es en sentido contrario) o si todo fue una ficción de la mente, la mente de uno o del otro, pero una ficción al fin y al cabo que terminó como el final de la última página de un libro, saliéndose de él para chocar, inesperadamente, con la rutinaria realidad:

Sos otro o yo te imaginé de otra manera o vos te construiste de otra manera para mi, pero te miro, te escucho, te veo beber y no te reconozco.

viernes, 15 de octubre de 2010

Maternidad

"¿Es cierto que eras más sabia cuando no querías tener hijos?"

Me pregunta mi hija menor después de tener que escuchar un par de horas, días atrás, mi larga letanía sobre la maternidad. La verdad, lo cierto, lo profundamente humano, es que muchas mujeres no estamos dotadas para esa maternidad que por siglos nos vienen inculcando, descontadas razones ideológicas, económicas y ecológicas (hasta filosóficas) por las cuales una puede argumentar la decisión de no tener hijos. Lo mío es pura falta de paciencia a estas alturas. Me parece inconcebible el esfuerzo que uno hace por criar seres humanos en crecimiento que deben poder desenvolverse en la adultez siguiendo ciertos criterios de buena convivencia con el resto sin caer en la pelotudez de ser los corderitos de un sistema macabro. Qué decir de encontrarle sentido a la vida. Y es que a menudo me veo como en una película rayada, siempre repitiendo la misma escena, sin poder salir de los mismos veinte cuadros, el mismo diálogo (¿monólogo?) sin resultado alguno.

Supongo, a veces, que si estoy descontenta, cansada, agotada, hastiada es porque no lo he hecho muy bien que digamos.

"Mi papá dijo que eras mala madre"

Me dice también mi hija. Me río. Pobre pelotudo ¿en qué estará pensando cuando hace un juicio como ése? Como si a la maternidad le cupiera algún tipo de calificativo. Mi hija goza con el comentario, hace listas con las razones que su padre argumentó su anacrojuicítico, no porque me quiera herir de vuelta, como si yo la hubiera herido al decir que a los 26 años tenía las cosas más claras, cuando no quería tener hijos. Al final no me toman en serio.

"Mamá, ¿te querés callar de una vez?", me grita mi hijo mayor "¡No nos dejás escuchar los Simpson's!"

Me pregunto si a Homero lo hicieron un desastre completo ¿por qué Marge parece responder a los ideales de la maternidad moderna perfecta?

Tal vez lo que deba hacer es escribir una serie en que la madre sea un completo desastre, una madre que no quiso ser madre, pero que lo es "contra viento y marea", o sea, contra natura.

viernes, 8 de octubre de 2010

La angustia de crecer (no es diferente de la de envejecer)

Hace un par de años tendí a mi hija sobre papel mantequilla (manteca le dicen acá), tracé su contorno e hice una muñeca de trapo de su tamaño, rellena con lana natural, para que se entretuviera vistiéndola con su ropa. Desde entonces no se pudo separar de ella, cosa que le molestaba bastante al padre cuando la llevaba en bicicleta o emprendían largos viajes en un pequeño auto que usaban entonces la familia de él. Tampoco la podía llevar al colegio porque allá tienen otra idea sobre la educación y supongo que tendrían poderosas razones didácticas y disciplinarias para prohibirle el ingreso de semejante muñeca (tampoco permitían juguetes pequeños, pero esos se podían esconder al fondo de la mochila). En fin. A donde iba mi hija llevaba a su Alejandra y podía pasar muchísimas horas con ella y otros muñecos de trapo jugando.

Hasta hace un par de días.

Mientras estudiaba en mi tallercito del fondo, llegó llorando con Alejandra en los brazos.

– ¿Qué te pasa?
– Es que no puedo jugar con Alejandra.
_ ¿Por qué?
_ Porque algo me lo impide.
_ ¿Qué es lo que te impide jugar con ella?
_ No sé.

Lloraba.

– Algo en mi interior, algo en mi interior ya no me deja jugar con ella, aunque lo intente.

Lloraba más.

– Lo intento, pero ya no puedo, aunque yo la quiero, yo la amo, pero algo en mi interior me dice que ella ya no tiene vida propia.

Lloró más amargamente.

Me fui a la facultad, pero supe que estuvo así muchas horas, por intervalos que subían y bajaban.

Ayer ya no vi a Alejandra sobre la cama.

– ¿Y Alejandra?
– La escondí...
_ ¿...?
– Es que no soporto la pena de ya no poder jugar con ella.

martes, 5 de octubre de 2010

Recuerdo: a los veintitantos todo era potencia: Nir, el israelita que me llevé a casa (cuando yo tenía casa y podía disponer de ella y de mis amantes, cuando, peor aún, tenía amantes) me aplastaba contra la escalera que conduce a la terraza y apenas si me daba cuenta de que el borde de los escalones se me incrustaban en la carne y me rasguñaban con sus imperfecciones: Nir tenía un cuerpo hermoso y un pene fenomenal (le saqué muchas fotos desnudo en el desierto cuando estudiaba fotografía) que me distraía de cualquier dolor supérfluo. No recuerdo tanto placer porque debido a él me desmayé. ¡Cómo debe de haber sido! Ahora lo rememoro como una imagen del cine, afuera de mi, como si hubiesen sido otros los personajes, no yo, ahí, llena de placer, experimentando la pétit morte mejor que en cualquier ensayo medio moribundo de palabras.

Me consuelo: al menos viví tanta pasión, al menos no dejé pasar los años en pos de ideales de virginidad y fidelidad.

Me desespero: a los días (o semanas) Nir se fue a Bolivia. Lloré mucho. Lloré veinticuatro horas seguidas sin parar, masturbándome en el baño del bus a cada rato. Lloré. Supongo que lloré porque ya me daba cuenta de que, después, solo algunos años después, todo iba a ser el recuerdo de otra persona describiendo la escena de una película que vio hace años en el cine ¿te acordás?

Ya ni la experiencia es mía o no la puedo volver a imitar.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cuarentena

Ya existe algo así: los escritores, o aspirantes a tales, se encierran por algo de tres meses en un lugar utópico para concentrarse en sus ideas y escribir. Las experiencias que he conocido no arrojan un libro al final de la cuarentena literaria, pero sí otras valiosas meditaciones (algunos decidirán que no están para tanta boludez).

Es curioso que un escritor sentencie que escribir es una boludez. Uno tiende a no creerle. Un amigo afirma que, en realidad, cuando un escritor dice que odia escribir no hay que tomarlo literalmente, si no paradojalmente ¿acaso odiar no es lo mismo que amar? Sigo pensando que el retruécano barroco no es verdadero. Más bien creo que responde a la pose de autor, por más que muchos insistan en la teoría de la muerte del autor todavía.

Me parece curioso, además, que todavía se identifique a la figura de autor con el tipo ése que, además, de escribir, tiene una vida totalmente ajena al personaje que ha inventado y que se le siga creyendo "real" cuando no es más que la "ficción" que ha construido sobre la base de algunos hechos "reales" innegables (que el tipo nació tal año, que a los cinco se le murió el padre, que a los veinte lo atropelló un tren dejándolo con una pierna menos, por ejemplo).

Son patrañas ficcionales, entretenidas por lo demás, si se lo toma por lo que es: patrañas ficcionales.

A veces ni es necesario esforzarse en crear una figura de autor. Me parece que la mayoría de los escritores son tal porque gozan más en la intimidad solitaria que haciendo vida social. Escribir es una buena excusa para no salir y quedarse solo, sin que nadie le hable. Yo también lo hago. Es una suerte de espantahumanos. Me encierro (me encerraba, ahora no tengo dónde encerrarme) en mi estudio y cerraba la puerta de vidrio. Estando así, todos los que transitaban por la casa (madre siempre presente, hijos, visitas inesperadas o esperadas) sabían que no podían ni acercarse al estudio. A veces ni siquiera escribía, sólo quería estar sola y tranquila. Claro que ahora no puedo. No hay dónde refugiarse. Lo más cercano que he encontrado es plantarme los audífonos para señalizar que no quiero que me molesten, que estoy pensando. No muy a menudo lo logro. A veces son los gritos de mis hijos. Otras, las atenciones de mi compañero.

Aún así, al borde de la cuarentena, tiene que salir algo, antes de que se me acabe el plazo y siga queriendo ser "escritora", como en la Vida Nueva de C. Aira, sin lograrlo nunca.

martes, 7 de septiembre de 2010

Amalia

Debía de regresar a casa porque allá, a esa hora, están terminando la mayoría de las clases en la facultad. No sé ni puedo saber bien qué sucedió, pero después de todo, a lo que si se puede llamar final, su final, deseé que al menos se hubieran encontrado sus miradas. No lo podré saber ni lo preguntaré. Al menos que viera el resto de vida en sus ojos. Al menos que viera los ojos maternos que la acompañaran en la última convulsión. No estar sola. Que no estuviera sola. Que la pudiese acompañar mientras moría. Es lo yo que yo quisiera si uno de mis hijos muriese: mirar esos mismos ojos que contemplé cuando nacieron y darles el apoyo que se necesita para nacer y para morir. Después, habría que ver si uno puede seguir viviendo o, acaso, también es nuestro final.

martes, 3 de agosto de 2010

Vivir en Buenos Aires

A veces, en Santiago de Chile, no quiero seguir viviendo. Me pasa cada vez que estoy allá. Bebo un par de cervezas combinada con un poco de conversación y empieza a latir el deseo de desaparecer al mismo tiempo que el sin sentido adquiere dimensiones aplastantes. En cambio, en Buenos Aires, ciudad que algunos consideran ingrata, dura, amenazante, me dejo llevar por sus callecitas ruidosas y el saludo cotidiano del vecino: el verdulero de la otra cuadra, el mecánico amante de los gatos, la portera del lado, varios padres y madres del colegio de mi hija, el carnicero del mercadito de los chinos, el mozo del bar de la esquina, el cajero del banco de la vuelta, la señora y su perra del almacencito, el kiosquero que vende miel, la profesora de música para niños, la veterinaria de la calle Serrano con su perra Brigitte que, en las mañanas, trabaja en las escuelas especiales (Brigitte, no la dueña) y los amigos que viven cerca: Dani, Ana, Euche y toda la secuela de extranjeros que viven o han pasado por la casa de Omar, también en la calle Serrano. La vida en Buenos Aires fluye sin dificultades existenciales, el sol, aunque esté frío, entibia, el aire un poco helado en invierno refresca aunque el 55 no se detenga a tomar pasajeros, la vida con Pablo aunque con desajustes y falencias es un agradable cable a tierra. Algo sí tiene sentido en esta ciudad que me borra el deseo de no seguir viviendo, a pesar de mi insignificancia.

lunes, 19 de julio de 2010

País del orto

De pronto lo comprendí todo. Estaba iracunda. Sentía una humillación que empujaba a golpear sillas y mesas y gritar lo imbéciles que son todos, que bien se merecen el empresario que tienen por Presidente, sí, ustedes, no yo, porque yo ya no me siento parte de este país ni quiero volver, quédense en su mundillo de las apariencias, del clasismo y la competitividad, quédense con sus restoranes y cafés y bares discriminadores donde se admiten a los fumadores pero no a los niños, y con sus colegios de jornada completa, encierren a sus hijos es esas instituciones militarizadas desde las 8 de la mañana a las 5 de la tarde y sigan siendo los mismos ignorantes eficientes, los mismos chauvinistas de poca monta que quieren creer que le han ganado a alguien, son tan poca cosa, siempre atrás ¿no se dan cuenta? siempre atrás incluso de los pares, pequeña aldea de amargados, me quedo con la Cordillera de los Andes nevada y los mariscos y pescados del Pacífico, pero para eso no necesito ser de este país, ni vivir en este país, solo venir de vez en cuando, como turista ajena, a comer sola, porque aquí a los niños no se los admite en los restoranes porque se le da preferencia a los fumadores, así es. Lo peor de todo es que tendré sin problemas una legión contra mí, porque ya lo he discutido antes y aquí, este paísito a eso se la llama "libertad", pero claramente una libertad para unos, los fumadores, y no para otros. Otros, los niños y quienes los cuidamos y gozamos, no tenemos derecho a la libertad.

jueves, 1 de julio de 2010

Ramirez

Hace un año que está botado en la calle el auto de Ramirez. A nosotros en el barrio nos preocupa. No es que en esta ciudad uno no suela encontrarse con vehículos en descomposición al borde las de las veredas. Lo que nos preocupa es que sea el auto de Ramirez. La otra noche vimos a un sujeto, otro sujeto, no Ramirez, dormir en el auto. Mi mujer mi dijo, con razón, que peor hubiera sido que fuera Ramirez el que dormía en su auto abandonado. En realidad, el que nos preocupa es Ramirez, no su auto, aunque es una buena máquina, no está vieja, es un Volkswagen Gol que, si no estuviera botado en la calle, o si estuviera cuidado, se vería como nuevo. Lo que nos cuesta entender en el barrio es que Ramirez, un buen sujeto, casado con una extranjera, varios chicos (todavía no sabemos quién es de quién, pero a todos los trata como a sus hijos), un tipo más o menos simpático (no sabemos por qué detesta a don Juan, el verdulero, eso sí, o por qué siempre termina discutiendo con los taxistas, que lo echan del automóvil, o tampoco sabemos por qué esquiva, siempre que puede, a Bossi, el padre de la chiquita del 1039), bueno, que Ramirez deje de un día para otro su auto botado en la calle por un año entero. Supimos que, además, varias semanas estuvo bloqueando la bajada para minusválidos, lo que le ha costado también varias multas. Yo mismo, con Soto, escuchamos a la mujer, una mañana, al pasar, decirle a Ramirez "pero, hombre, mové ese auto de ahí, que te van a cobrar una infracción", "¡Qué me van a cobrar nada, si son los boludos del gas que lo corrieron para romper el pavimento!", "Ah, sí, claro, no le vayan a cobrar a Metrogas la infracción de tu auto..."

Pero no hizo nada. Ahí siguió el auto hasta que una tarde la mujer y los chicos lo empujaron algunos metros hasta dejar liberado el paso de peatones con su bajada para minusválidos. Se veía furiosa, la mujer. Ya había acumulado más de diez infracciones. Pobre Ramirez. No entendemos tanto desgano ¿no estará deprimido? Quizás deba a volver a la terapia que dejó hace cinco años. Porque pobre no se ve Ramirez. Tiene una buena chaqueta y un bolso de cuero de esos caros, además la casa es de las grandes, con patio y jardín y todo... Aunque nunca se sabe. No sabemos, pero nos preocupa en el barrio. Mi mujer, que para muchas cosas es una sabia, me dice que un día va a perder a la mujer y todo. Ahí si que se nos deprime el hombre, se viene abajo, pierde todo, es él el que termina durmiendo en el auto abandonado. Tal vez deberíamos quemarle el auto. Sí, eso pasa a veces, autos quemándose en la calle, nada fuera de lo común. Al menos logramos que cobre el seguro. Y que no pierda a su mujer por tanta desidia. Por ahí le hace un buen regalito con la plata del seguro.

jueves, 20 de mayo de 2010

(Ejercicio escritural, Maestría UBA)

A mi escritura le falta relleno. La imagen que tengo es ésta: soy una niña que, en domingo de resurrección, sale al jardín en busca de los huevos de chocolate del conejo. En medio de los rosales de mi abuela hay un gran huevo envuelto en papel brillante y corro a buscarlo, lo tomo con ansiedad, aunque no pienso comérmelo si no guardarlo. Siento la primera decepción: está un poco liviano para ser tan grande ¿no? Efectivamente, cuando más tarde o un par de días después lo abro y lo muerdo me doy cuenta de que está hueco: un gran huevo de chocolate hueco: mi escritura hueca.

De todas maneras tengo otras habilidades que he ido desarrollando a lo largo de los años de escritura, he perfeccionado la técnica y manejo la redacción, el estilo y la estructura interna del texto. De esta manera, a punta de cumplir reglas y normas y preceptos puedo construir el armado de un texto sin demasiadas falencias. Sin embargo, a mi escritura no solo le falta relleno si no que también profundidad. En este sentido, es como una fotografía perfecta: elegí con cuidado la situación de luz, medí con meticulosidad los diferentes puntos de la escena, después revelé en el laboratorio con las temperaturas, los tiempos y las proporciones químicas justas, amplié los negativos una y otra vez hasta que obtuve la imagen perfecta: una escena en blanco y negro, donde se pueden encontrar los siete matices de gris requeridos por toda buena fotografía, aún si se trata de una imagen de alto contraste. Está perfecta y está hermosa. Está hermosa. Está hermosa. A la tercera mirada, a la quinta o sexta si somos generosos, ya no se ve nada porque no hay nada salvo una imagen perfecta y hermosa en términos de composición y de técnica, que se agota en sí misma. No hay otros niveles de lectura, podríamos decir, o no tiene mensaje alguno, no me dice nada, pensamos si somos más simples. Lo resumo otra vez: mi escritura no tiene profundidad.

Quisiera que mi escritura fuera una Olympia. No cualquier Olympia, si no aquella de la mirada ausente pero penetrante, recostada sobre unos almohadones con una sensualidad plácida y fervorosa, desnuda y aún así con pequeños detalles que la visten de misterio: la delgada cinta negra en el cuello, la flor en el pelo, la pulsera en un brazo y los tacones en los pies, que realzan la belleza de su cuerpo desnudo como una escritura que uno quisiera recorrer, delinear con la punta de los dedos, apenas tocando pero sin ignorar que bajo esa piel hay una carne densa y nerviosa, que más allá de esos ojos hay algo que no podemos descifrar pero intuimos: una Olympia de la escritura, bella, profunda, sensual, misteriosa, densa, inabordable e inabarcable.

SI NO SICARIA, OLYMPIA DE LA ESCRITURA

martes, 18 de mayo de 2010

Woody Allen y la vejez

Leo en un artículo breve sobre los comentarios de Allen en el festival de Cannes, donde presenta su nueva película, bastante mediocre según los críticos: la vejez no tiene nada de bueno, no eres ni más inteligente ni más sabio. Pienso en esta frase mientras camino. Es cierto, desde hace un año deploro envejecer. Será porque he tenido que estar rodeada de gente mucho más joven. Será porque el proceso ahora sí se hace evidente en todos los ámbitos. No tiene nada de bueno, ni eres más sabio ni más inteligente, como dice Allen, ni más creativo ni más admirado ni más interesante; por el contrario, sigues siendo el mismo tarado de siempre, si lo fuiste, el mismo indisciplinado, el mismo borracho, sólo que ahora estás más gordo, más fofo, más lento, más ciego, más sordo, más arrugado, te comés un sandwich y lo asimilás por tres, no sacás nada con hacer dieta y más ejercicio, con ponerte cremas ni aceites, con leer indefinidamente en el tiempo, lo que no hiciste ya no lo hiciste, tus neuronas se han reducido notablemente desde la primera vez que empezaste a tomar alcohol y probar otras drogas y no es cierto que se regeneren, como ahora dicen algunos científicos, porque de solo mirar alrededor a todos tus amigos y tus tíos, primos, padres y abuelos, ves claramente que sus facultades mentales van en franca disminución y que por más que te cuides físicamente, si te cuidas y si lográs mantener tu peso y un buen estado físico, la degeneración se lee en cada arruga, en los párpados caídos, en los labios que se destiñen, la concha gastada. Entonces, algunos nos concentramos en el intento de que nuestro cerebro no se degrade de la misma manera, nos ponemos a estudiar cómo nunca lo hicimos antes y ¡por la mierda! no podemos alcanzar a esos jóvenes talentos, no podemos porque somos más viejos y, aunque la experiencia ayuda, no ayuda lo suficiente, si somos sinceros. Y al final, así como es inútil acumular bienes y riquezas porque nada de eso nos vamos a llevar a la tumba ni al crematorio, en un cliché tópico pero cierto, también es cierto que nada de esta acumulación de conocimiento se irá a ninguna parte, sino al estómago de los gusanos (¿tienen estómagos los gusanos?) o a las cenizas que románticamente pediremos que tiren en alguna parte, como si para entonces sirviera de algo. Lo cual no siginifica, como Allen, que uno no siga viviendo y no trate de seguir acumulando conocimiento e intente hacer pelis, libros, cuentos, guiones, dibujos por mediocres que sean y mientras más mediocres sean con el paso del tiempo porque, lo más importante de todo, como dice Woody en sus declaraciones es que, efectivamente, ya no te quedás con el jovencito atractivo de ojos verdes y si es así, si el héroe o la heroína es otra en esta película, yo tampoco quiero seguir actuando.

viernes, 14 de mayo de 2010

¡Dios! Me sorprende mi ignorancia megalómana.

Pobre criatura de la naturaleza ¿en qué estás?

viernes, 7 de mayo de 2010

ideas insuperables

Nos dijimos que la vida tiene ideas insuperables para la ficción.

Una tarde me escribe una amiga para que nos juntemos a tomar un café en la mañana, "si es que quieres escuchar problemas".

Ya sabía de lo que se venía el problema, claro está, no por un asunto de adivinación, si no por un tema de la transparencia total que algunas cosas tienen cuando uno es el que está afuera observando todo.

Nos sentamos y la miro a la espera de la confesión (desde joven adquirí el buen hábito de escuchar cuando, hastiada de los monólogos duales, de los que hablaré otra vez, hice un voto de silencio que duró algo así como cinco años).

- Encontré un condón en el bolsillo izquierdo del pantalón gris de mi marido.

(Me pregunté si era necesario tanto detalle, pero callé)

Pensó un momento, en el silencio que le otorgué.

- Por suerte estaba abierto, pero no usado.

(¡Qué consuelo! Seguí callada esperando la continuación de su relato)

- Imagínate. Esto fue en la mañana, cuando iba a lavar la ropa, así que me tuve que aguantar todo el día hasta que mi marido llegara en la tarde, pero después del trabajo me llamó para decirme que se iba a tomar unas cervecitas con el jefe...

(¡Ajá! El jefe... pobre... y se la cree)

-... y recién llegó a eso de las diez y yo tratando de disimular todo el día, por los niños, ya sabes, pero cuando llegó lo enfrenté.

Calló. Supongo que esperaba mi intervención.

- ¿Y qué pasó?

- Lo negó. Lo negó todo.

(¿Con el condón en la mano?)

- Y yo, claro, me enfurecí. No grité y nada de eso, por los niños, pero estaba muy enojada y le seguí pidiendo explicaciones y él que no, que no, que no...

- Y al final ¿lo reconoció?

- No esa noche. Imagina cómo dormí.

(Así de enojada y ¿durmió con él? Yo no entiendo a algunas mujeres, la verdad)

- Pero en la mañana tampoco me dijo nada, pero me prometió que a la noche lo hablaríamos, así que lo esperé todo el día toda nerviosa, pero disimulando, por los niños... Al final llegó y hablamos. Igual yo ya gritaba, pero no dije nada grosero, para que mi hija no escuchara, al fin, igual sabe que los padres pelean...

- ¿Y qué te dijo?

- Bueno, tú sabes el trabajo que él tiene, viaja mucho y tiene muchas cenas con clientes que vienen del extranjero que siempre que viene los sacan a conocer la ciudad...

(Ya, ya, que me diga de una vez que van a cabarets...)

-... a distintos lugares, pero sobre todo en las noches, porque en el día trabajan, claro, y en las noches ¿a dónde los llevan? Bueno, yo sabía, no es que no sabía, a veces a cabarets, pero no siempre, claro, solo a veces...

(Sí, claro, el trabajo... qué sacrificios hace uno)

- La cosa es que me contó que la otra noche fueron con uno de estos clientes a un cabaret y él los invitó con unas prostitutas, bueno no los invitó, casi que los obligó a ir con las prostitutas...

(¡Dios! ¿no me digas que le creyó semejante disculpa? ¡Mi hijo miente mejor!)

-... además, me dijo, que él no había pagado nada, que todo era invitación del cliente, así que no gastó plata en eso...

(¡No se lo puedo creer! ¡Qué amabilidad!)

- y que después de unos tragos, de bastantes tragos, en realidad, ya estaba medio borracho...

(¡Nooo! Ésta me la contaba yo cuando tenía veinte años... la típica "borracho, no vale" En una ocasión otra amiga y yo (no teníamos 20 años, hay que decirlo) nos juntamos a tomar whiski en la casa bajo la ilusión, que alguien nos había creado, de que no tenía resaca. Empezamos con una proporción de una de whiski por nueve de agua mineral, pero con el paso de las horas terminó en la relación inversa y al final de la jornada una de nosotras, no puedo confesar cuál, se fue con el vecino a tener relaciones sexuales, un vecino petizo, gordito y con espinillas en la cara, lo que hace el alcohol. A los tres días, porque tres días nos duró la resaca en cama, tuvimos que confesar el hecho y consolarnos con el "total, borracha, no vale")

-... entonces se fue a un cuarto con la puta y, bueno, se puso el condón, pero me dijo que ahí...

(justo ahí se arrepintió y no se acostó con la puta, no me digas)

-...le dio un poco de culpa y apenas la tocó, pero no se lo metió.

Hizo un punto aparte tan evidente que tuve que comentar algo.

- ¿No le metió el pene?

- No, dice que no, y yo le creo, menos mal... no se lo metió, por eso el condón estaba abierto en su bolsillo, pero no usado, menos mal, menos mal...

***

Una semana despues me volví a encontrar con esta amiga
, caminando con su cochecito y la guagua sonriente dentro de él, mientras ella va lánguida y resignada.

- Y ¿cómo andás?, le pregunto.

- Bien, bien. Le tengo que creer porque sino, ¿qué hago? Por suerte, la semana que viene llega mi tía y tendré algo que hacer...

La dejé yéndose con el cochecito. Estas son las cosas que me dan pavor, pensé, y me fui a tomar el café que, en esta ocasión le negué porque después de la charla de la otra vez, le pedí unas pastillas para adelgazar que no me quiso conseguir, así que doy por finalizada cualquier tipo de transacción con ella. Total sabemos que seguirá con su vida hasta que un día se despierte y se de cuenta de que ya no tiene hijos que criar ni marido al que cuidarle las camisas para las cenas de la noche.

lunes, 26 de abril de 2010

Frustraciones plásticas

La primera.

Estando en la sala de cuatro o cinco años en el colegio alemán de Santiago de Chile, la maestra nos pasa una hoja blanca de 60x40 cm para dibujar "libremente". Elegí un tema marítimo, ya sea porque quizás era mayo y andábamos sensibles con el tema de las glorias navales (así se le llama allá, grosso modo, a la Guerra del Pacífico) y la imagen del capitán Arturo Prat saltando de su triste corbeta de madera al acorazado del capitán Grau, así con la espadita levantada, en el aire entre los dos barcos, la Esmeralda claramente más chica y generalmente en llamas, y el Huáscar grande e imponente con sus chimeneas generando humo (no hemos podido dilucidar entre los chilenos si Arturo Prat fue un héroe o un estúpido suicida), ya sea porque, en mi corta pero triste experiencia de la no educación artística en ese lugar y en esa época, ya sabía que, con mi poca paciencia (¿quién, además, le pide paciencia a un niño de cuatro o cinco años), un dibujo detallado iba a ser un infierno pintarlo sin salirse de la línea negra y sin dejar espacios en blanco porque, si algo castigaban, era salirse de la línea negra, negra tenía que ser, y dejar algún espacio blanco sin pintar, entonces, digo, supongo que una escena marítima con la superficie del mar a tres centímetros del borde superior de la hoja blanca me pareció más fácilmente abordable. Sé que sobre la superficie del océano dibujé un par de botes de madera de los cuáles salían una redes de pescar que se ampliaban bajo el mar. Abajo hice unos cuántos peces de colores (no muchos, por el problema de pasarme de la línea negra). Al poco tiempo, que debe de haber sido muy poco, porque los niños, dicen, no se pueden concentrar más de 45 minutos, o sea que a los poquísimos minutos, me di cuenta de mi error de cálculo: una hoja de 60x40cm era un superficie enorme para cubrir de un sólo color con mis lapicitos de mina (ni que decir de la dichosa gran red de pesacar que se me ocurrió dibujar abajo). Creo que la sensación fue aún peor que la de enfrentarse a una hoja en blanco cuando, mañana por la mañna, tienes (tenés) que entregar una monografía de diez páginas. Sin embargo, la Tante fue compasiva y comprensiva y me dejó llevarme el dibujo para terminarlo en la casa donde tuve que volver a enfrentarme a ese espacio infinito que me quedaba por pintar parejo, sin pasarme de los bordes ni dejar espacios en blanco. Mi madre, en un arranque creativo más debido a su ignorancia que a su educación artística, me dijo con excelente criterio que, en primer lugar, no tenía que ser tan parejo porque ¿a dónde se ha visto que el mar es así, de un azul quietecito? No, el mar tiene olas y además se ve de diferentes colores. Cierto. Y no sólo eso, en el mar hay toda clase de algas, de diferentes tamaños y colores, que salen del suelo hacia la superficie, lo que me permitiría no pintar siempre en el mismo sentido, de derecha a izquierda, de izquierda a derecha, si no que "descansar" (de esa monotonía) haciendo algas que debería pintar de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, esquivando los peces y cuidando de no pasar por encima de las líneas negra de la red (¡qué fastidio! ¡en que momento se me ocurrió hacer una red? Si al menos pudiera pintar cada cuadradito de un color diferente...). Cierto. Además, bajo el agua se ve todo confuso ¿no es cierto? Cierto. Así que me puse manos a la obra en un derroche de impulsos expresionistas, ya que la hoja era medianamente grande. Quedé muy satisfecha con mi obra. La solución había sido perfecta. No lo consideró de la misma manera, al otro día, en el colegio, salita de cuatro o cinco años, la Tante, cuando vio ese ejemplo magnífico de expresionismo latinoamericano y me reprobó (me puso un calificación bien roja sobre mi trabajo) aduciendo a que quedaban espacios en blancos, que me había pasado de los bordes negros de las figuras y que el mar ¡dios mío! qué desorden ¿cómo había pintado así? No, tenía que ser parejito, parejito, como una cartulina de color ¿no ve?

martes, 13 de abril de 2010

(Des) vergüenza

Hemos llegado al punto en que la (des) vergüenza es inversamente proporcional. Yo me acerco peligrosamente a los 40 años y por primera vez en mi vida me he puesto un bikini, sin importar si se me sale un rollito de alguna zona (o más de alguno) y si mi panza ya excede la curvatura ideal griega (para qué hablar de un vientre plano porque no conozco ninguna diosa griega que, en sus perfectas proporciones, lo tenga como una tabla de aserradero). Y si se me sale una teta del bikini de 20 pesos que me compré bien poco me importa. La consigna es, ahora, andar cómoda y sentirse más desnuda que nunca en un ámbito en que tampoco se puede andar exhibiendo la pelambrera del pubis, pues como no soy argentina de sociabilización temprana, nunca adquirí el hábito de raparme los pendejos para ostentar un pubis púber, cosa muy contradictoria a mi edad y con esos rollitos que ya comenté que no tienen nada de juvenil, pero mucho de voluptuoso en ciertos momentos claves. Y si yo pierdo la vergüenza, mi hijo preadolescente empieza a tener conciencia de la llamada "ajena". Si me paseo por el recinto termal medio desnuda en mi bikini de liquidación, una nalga más afuera de la otra o el culo tragándose la mitad del calzoncito de morondanga y el pezón a punto de escapar de borde del sostén que, aunque XL, apenas me sujeta las tetas (y eso que yo siempre las consideré algo pequeñas o mis amigas todas las tenían enormes las pechugas), mi hijo, un poquito atrás de mi paso, me dice tratando de mantener el tino:

- ¿Mamá?
- ¿Mm?
- Esteee...
- ¿No tienes frío?
- ¡No! Está ideal...
- Ah.
-...
-...
- ¿Por qué?
- Y ¿no te vas a vestir?

Me acordé cuando yo tenía su edad y acompañaba a mi abuela de 88 años al centro de Santiago en micro. En cierta ocasión el chófer, que no debe diferir de cualquier conductor de buses urbanos de cualquier tiempo en nuestra América latina, hizo una maniobra brusca y hasta peligrosa para una señora de su edad, y mi abuela se cayó sentada encima de un tipo de unos 30 años (ahora recién me lo digo ¡qué desgraciado! ¿cómo no le había dado el asiento a una mujer de tamaña edad?) y en vez de pararse y pedir perdón, le vino un ataque de risa que le impedía del todo levantarse de las faldas del sujeto atónito que la sostenía convulsiva de risa. Qué papelón, ni siquiera tenía el ánimo de decirle "abuela, párate" o si quiera ayudarla a levantarse de esa posición que, a fin de cuentas, también lo pienso ahora, no le habrá molestado en absoluto a su edad porque, me imagino, pocas habrán sido sus oportunidades, bordeando los noventa años, de sentarse sobre el paquete de un macho juvenil.

Al bajarnos de la micro, todavía seguía hilarante y no dejó de reírse hasta que se tomó un schop de medio litro, al seco, en el clásico local de la calle Banderas y Huérfanos, a pasos de los tribunales de justicia, nuestra parada final de esa tarde (o mañaña ¿quién se puede acordar después de tantos años y semejante vergüenza?)

domingo, 28 de marzo de 2010

No estoy loca

No estoy loca. Peor: estoy cada día más cuerda y aburrida. Y eso me enloquece.

viernes, 19 de febrero de 2010

La vida es sueño

Será la edad o será la falta de rutinas y horarios del verano la que no me deja dormir en las noches. A veces es la angustia la que revoletea en mi cuarto golpeándose contra una ventana, otras un fantaseo interminable de posibles vidas que hubiese querido o todavía quiero vivir.

Anoche viajaba en un jeep desde Santiago a Buenos Aires. Puesto que recién he aprendido a conducir, le he pedido a Ángel que me cruce hasta Mendoza y luego, desde allí, seguir sola por la pampa con los niños hasta llegar a la gran urbe. En el camino acampamos, nos asaltaron, nos detuvimos en un pueblito y almorzamos. Es un largo camino, pero no tan extenso como lo que nos espera después, recorriendo rutas por Argentina, Bolivia, Ecuador y Colombia o cruzando a lo largo Chile, desde el norte hasta Rupanco para luego cruzar por el paso Puyehue hacia los Siete Lagos en Argentina, con nuetro jeep cargado de herramientas, carpa, cocinilla, sacos, la gata, la compu (porque no puedo dejar de trabajar, por supuesto).

Anhelo la aventura, el cambio, los paisajes nuevos. El sueño es reparador.

martes, 16 de febrero de 2010

No hay un solo cielo

Al llegar, me impresionó la puesta de sol. Había nubes desparramadas por el cielo que reflejaban una luz rosada intensa, casi podría decir fucsia. Me quedé sentada un momento a la salida del aeropuerto arrobada por la intensidad de ese cielo. Pensé que, efectivamente, el cielo de Buenos Aires es como la bandera del país, celeste y blanca, las nubes allá nunca las he visto desparramando tanta pasión. Es cierto que hay otras intensidades aquí inexistentes, las tormentas furiosas algunas noches que son como los aullidos lastimeros de un tango. Me pregunté si acaso este color tan fuerte no se debe a que el sol, por acá, se pone en el mar y, por lo tanto, en el cielo se reflejan los colores que el sol proyecta sobre la superficie del océano Pacífico. Ya en el bus, se recortaba la sombra negra de cerros y montañas sobre un fondo naranja brillante y unas nubes que, ahora, reflejaban un rosado pálido que se desvanecía en amarillo. Abajo, las luces de la ciudad se iban incrementando hasta que ellas y la noche dejaron el cielo en oscuridad.

lunes, 15 de febrero de 2010

Herida

La herida del brazo se ha transformado en un fetiche fascinante, Milena. El primer día, después de que la puerta hija de puta de mi (adjetivo que indica solo posesión virtual) casa me respondiera con su garra de vidrio filosa, lo que podías ver era una suerte de vagina de unos cuatro centímetros de largo por uno o dos de profundidad pariendo una cabeza de coágulo que pujaba por salir. Era muy desagradable y casi me desmayo cuando curé la herida. Además, no dejaba de pensar que ese mismo corte algunos centímetros más abajo, habría, sin duda, cortado una arteria y no tendría la posibilidad de escribirte ahora porque mi compañero tampoco notó nada hasta el día siguiente, por lo que habría muerto sin pena ni gloria en el cuartucho del jardín. Así que los dos primeros días soporté los vahidos cuando la desinfectaba y la presionaba para que, lo que fuera que luchaba por salir, no saliera del brazo. Tampoco ya era tiempo de ir al hospital. Probablemente unos cuántos puntos habrían acelerado la cicatrización y, de hecho, disminuido la marca que quedará como registro. En fin, el proceso, de todos modos, ha sido increíble. No deja de sorprenderme la capacidad de recuperación que tiene el cuerpo. Pensé que con semejante tajo, la herida no cerraría nunca, o bien, que los pliegues de piel quedarían separados por un trozo arrugado. Después de dos semanas no ha sido así. Si la hubieras visto también te sorprendería, los costados cortados, que habían quedado separados por esa cabeza de coágulo, se han ido acercando cada día, como si luchara la piel por juntarse allí donde fue separada. Aunque ya está más seca, exhuda un líquido, que según lo que leído debe de ser colágeno con sangre. Me parece que esto hace que la herida se reduzca cada vez más al mismo tiempo que seca, es decir como si botara todo lo que sobra adentro de la herida que separaba las dos paredes. Sí, claro, no es muy lindo de ver, pero es fascinante y no dejo de contemplarla y sorprenderme de que por sí sola, ayudada nada más que con el gel de una planta de aloe vera, se cure tan bien que hasta dudo, ahora, que quede una cicatriz muy grande, como lo temí el primer día.

viernes, 12 de febrero de 2010

La puerta cerrada

Llegué y la puerta estaba cerrada. Llegué y la puerta de mi casa estaba cerrada. Llegué y la puerta de mi casa estaba cerrada por dentro. Traté de abrirla. Estaba cerrada. Grité. Nadie de adentro la abrió. Golpée la puerta de mi casa cerrada por dentro, pero ni se abrió ni la abrieron. Patié la puerta cerrada y se abrió de un golpe. Entré iracunda, gritando, llorando porque me habían dejado afuera de mi casa. Golpeé con más ira otra puerta de la que ya no consideraba mi casa y ella, con su grueso y filoso vidrio, me cortó el brazo, la muy puta.

Después de esa noche ya nada será lo mismo (aunque, en rigor, nunca nada puede ser lo mismo); es decir: después de esa noche perdí la esperanza. Y una cicatriz en el brazo me lo recordará siempre.

domingo, 31 de enero de 2010

Amor, hijos, escritura

Montaigne despreciaba el amor a los hijos porque no dependía de la voluntad, pero después admite que el amor en absoluto depende de nuestra libertad de elegir, el amor se da, no se elige, aunque después de que surge uno pueda elegir cómo amar en libertad. Eso, por supuesto, me hizo pensar en el amor (el apego, el vínculo, la dependencia) que tengo de mis hijos, así como con otras personas (la pasión, la hermandad, o sus opuestos). En estos días, en que mis niños están lejos, no puedo dejar de pensar en sus risas y en sus ideas infantiles. Me dice que la vida es buena sin los niños rondando, pero no lo es, no es estoy de acuerdo, siento que la vida sin mis hijos sería un abismo donde seguría cayendo como caí hasta que ellos nacieran. Son mi equilibrio, mi relación con la realidad, no puedo imaginar, ahora, la vida sin ellos. Es cierto, ahora quizás no los ame porque haya decidido amarlos por su belleza, bondad o inteligencia, pero los amo porque me dan una felicidad que no he encontrado en ninguna otra parte, salvo en la escritura. La risa de cristal de mi hija, los sentimientos transparentes de mi hijo, las palabras liberadoras de la escritura: eso es todo. Sin ello, prefiero morir.

jueves, 28 de enero de 2010

Futuro

Si uno se construye como sujeto en relación con la imagen que los demás proyectan de uno sobre uno mismo ¿cómo construirme si estoy sola? ¿es necesario? No veo futuro. O más exactamente, no me veo en el futuro, no puedo hacer un proyección de mi vida hacia adelante porque no tengo donde reflejarme. Si pienso en escribir ¿qué voy a escribir? Si pienso en una casa ¿dónde voy a vivir? Si pienso en un país ¿dónde estaré? Si pienso en mi carrera profesional ¿qué es lo que haré en apenas un año más? Blanco. Rojo. Azul. O negro. Lo veo todo de un color plano, sin matices ni texturas. Así veo el reflejo de mi vida en el futuro, una tela de color plano, liso, abrillantado, sin marco, sobre una pared blanca.

viernes, 22 de enero de 2010

Amor

Yo sé que él espera que algún día le diga que lo amo, pero me resisto a pronunciar esa frase manoseada que con tanta facilidad se escapaba de nuestros labios cuando hacíamos el amor de adolescentes y jóvenes, ese concepto por el que muchos han hecho las estupideces más grandes y otros han arruinado sus vidas. No todos, supongo, espero. Y él lo sigue esperando como si esa frase fuera a reafirmar algo que no logro entender porque, entre todas la frases hechas, ésa es precisamente la más ambigua y la más subjetiva. Yo quisiera decírsela para hacerlo feliz, pero me siento demasiado comprometida con la fuerza y el valor de las palabras que pronuncio y tengo que aceptar que no puedo entregarle un pedacito de felicidad repitiendo palabras que para mi no tienen ningún sentido ni cualidad de compromiso. Tengo deseos de decirle que son palabras nada más, lo demás está en los hechos, que son como un cuero vacío. No debe ser tanto porque si él alguna vez las dice yo siento un pequeño pavor flotando encima mío, unas tenues ganas de salir escapando y un breve orgullo en mi envejecido ego. Lo soluciono con un beso suave, no pasional, porque no sé cómo salir del trance de su confesión sin atormentarlo ni yo comprometerme con el reflejo de unas palabras que no quiero que se reflejen.

Horizonte

Yo pensaba que tenía alguna amiga. No tengo nada. Quizás no me las he ganado. O las he perdido. Ya no tengo lazos que me aten a este lugar, salvo la material propiedad de esta casa. Oteo el horizonte. No hay nada.

martes, 12 de enero de 2010

Mi jardín porteño no es perfecto

Quedó triste y derrumbado después del vendaval... y yo también después de ver las fotografías en la distancia, con lupa investigando cada rincón. No queda mucho de mi allí salvo algunas especies que planté y que han sobrevivido a las tempestades y mi ausencia. Pueden estar, pero de todos modos de un forma descuidada, como al niño que apenas alimentas y no bañas, al que dejas levantarse y trajinar por la casa y el pasillo común con las mechas alborotadas llenas de piojos que siguen reproduciéndose, ésa es la imagen de mi jardín que recibí, como si hubiese dejado a mis hijos abandonados, sucios, despeinados y tristes.

lunes, 11 de enero de 2010

No te quiero acá

Hoy soy yo la que no puede dormir. Pasan los minutos eternos por mi cámara oscura. No pasan. Me levanté sin saber qué rumbo tomar por el departamento. Me senté con el diario de vida frente a mi, buscando una suerte de liberación. Solo el escribir me puede liberar, pensé; sin embargo, también puede ser una condena. Escribir en clave. Sí, metáforas y símbolos, pero escribir, escribir, aunque ni yo misma después pueda comprender lo que quise decir. No es raro, sabes, escribir, leer, olvidar y no comprender. Quisiera ser transparente con mis culpas, mis tormentos, mis suciedades, como si el diario fuera el confesor. No puedo exponerme a la condena de los demás. No, ya estoy condenada y no quiero más. Música. Silencio. Palabras. Soledad. No quiero mirarte a la cara, Aurora. Me da vergüenza. Deja pasar el tiempo. Ándate a tu pequeño jardín porteño y perfecto. Vive y llora allá. Y ríe. Déjame sola acá. No te necesito. O te necesito lejos. Vete luego, por favor.

jueves, 7 de enero de 2010

Parálisis

Anoche sufrí una parálisis existencial. Hace tiempo no me sucedía. Estaba tendida en la cama y ya no sabía nada de mí. De pronto sentí el peso enorme de todos mis errores, el brillo que fui extinguiendo, los caminos equivocados, el miedo y la ausencia de valor. Quise mirar para adelante y solo vi la drástica disminución de oportunidades. Nada. No podía dormir y, sin embargo, era una noche perfecta para dejar de respirar y morir. No hay nada adelante. Nada de lo que siempre quise y en lo que siempre creí posible para mi vida. Mi hija estaba a mi lado. Sería horrible que en la mañana se encontrara con mi cadáver como Lili se encontró con el de Oscar, mientras lo trataba de despertar para el desayuno de un día más. Dicen que tenía un rostro plácido. Eso sirve de consuelo para creer que murió satisfecho. Estoy segura que, a pesar de la angustia nocturna, yo también tenía la placidez impresa en mi cara. Nadie sabría lo último que pensé, que era nada menos que el fracaso en que me siento. Hubiese querido escribir "en esta (última) noche me atormentan pensamientos oscuros..." que ya no me atrevería a dejar como testimonio en un diario, expuesto a continuo riesgo de la exposición. Desde que murió Oscar dejé de obsesionarme por mi jardín porteño al otro lado de su jardín porteño. Era gris y violeta, frente al Pacífico, en un cerro de Valparaíso. Al morir ciertas personas nadie nota su ausencia, su muerte no se refleja en nada. Otras, en cambio, dejan un enorme vacío en todas las cosas que construyeron y que agonizan por mucho tiempo después pero irremediablemente se desvanecen. El jardín del puerto. Me equivoqué demasiado. Supongo que no es más que una crisis de la edad. Justamente. A esta edad no he construido nada. No pude dormir pero tampoco me atreví a escribir.