sábado, 8 de octubre de 2016

Los huecos que no quiero entre vos y yo: Montevideo

En el espacio hay conexiones inesperadas. El espacio entre una ciudad y otra es mucho más que un río y mucho menos que el sudor resbalando por la piel, aún esos días fríos y de viento que produce revuelo en nuestras vidas. Algunas vidas están así conectadas, por un sudor que parece un río. No hace falta un beso, quizás apenas tocarse y mirarse, abrazarse fuerte en la despedida, saber que si con muchos estamos muy solos y perturbados frente a una existencia que, sí, brota de su piel como espinas secas, hay otros tan pocos con quienes nos sentimos esa niñita mimada en los brazos de un gigante que nos protege. Eso ví en mi piel estos días, existencias desoladoras y también monstruos protectores que me cobijaron en su medialuz tibia.

lunes, 14 de diciembre de 2015

Todo sigue
invariablemente
cambiando.
Aunque no lo notemos.

domingo, 13 de enero de 2013

Me despierto un dia y todo ha cambiado

Me desperté con el sonido tenue de un pájaro y me pregunté dónde estoy. Ahora, a veces, no es raro despertarme y hacerme esa pregunta ¿dónde mierda estoy? Y es que la vida, con los años, comienza a suceder con una velocidad inesperada, demasiado rápido, cada día me despierto y algo ha cambiado que me sorprende incluso el crecimiento de mis hijos. ¡La puta madre! ¿Este adolescente alto y flaco que ya  me supera en altura en mi hijo? Pero si ayer dormía en su camita con el móvil de colores mientras nosotros, los adultos, jóvenes llenos de vida, bebíamos y bailábamos por toda la casa. Y sí, vaya, ¿en qué momento pasaron diez, doce, trece  años? Ahora comprendo a los japoneses. Lo importante es el proceso de las cosas, no el resultado, si, total, el resultado va a llegar de todas maneras, no hay forma de escapar a él, llega cualquier día de esos en que, con mas arrugas y más canas, te preguntás en la mañana ¿dónde estoy? ¿Quién soy?

Por eso el otro día, como escribí, lloraba despacito, suave, en el living, si así se lo puede llamar, de mi casa en La Boca, porque de un momento a otro, después de la tormenta y el ajetreo de meses, tuve un poco de lucidez y pude ver todo y me pregunté eso ¿donde estoy? ¿qué hice? ¿por qué abandoné todo? Abandoné todo justo en el momento en que en mi en mi trabajo en la editorial, gracias a los libros empezaba a dejar de ser "doña nadie, dueña de casa" para venirme esta ciudad que a ratos quiero, a ratos encuentro hermosa, a pesar de su suciedad a veces, a pesar de su pobreza dolorosa, Buenos Aires, me despierto bajo tu cielo azul y blanco de nubes y lloro las desgracias que te pasan, como aquella de los niños del subte o, peor, esos otros niños que vi en la calle Corrientes abandonados a su suerte con una mujer tan drogada que no sabía, no sabía, de su existencia, la de ella y la de sus hijitos en la calle. Entonces también me pregunté, a los llantos, qué mierda hice, por qué dejé todo por venirme a una ciudad donde nos tropezamos todos los días con la pobreza, la miseria y la muerte.

Y Pablo, a quien quiero todos los días un poco más, pero nunca lo suficiente, tiene que soportar mi furia, mi desgracia, mi incomprensión, horas y días en que no puedo si no preguntarle, sabiendo que no tiene ni la respuesta ni la culpa ¿por qué pasa esto? ¿por qué me vine? ¿qué estoy haciendo acá? ¿qué clase de sociedad es esta? ¿cómo es posible que lleguemos a estos extremos? Claro, claro que no hay respuesta.

Así es, un día uno se despierta y todo parece nuevo y desconocido, como un viaje en el tiempo y en el espacio, siempre hacia la vejez y la muerte, claro. No sé, francamente, cómo pasó todo esto, cuándo mis hijos dejaron de ser esas criaturas pequeñas y tiernas, esos cachorritos, cuándo mi piel dejó ser tan tersa y suave, cuándo me aparecieron esas arrugas y ese gesto extraño en mi rostro -ese gesto tan extraño en mi rostro- cuándo la Isolda, esa gatita que me dejaron sucia y llena de pulgas en la puerta de mi casa de la calle Riquelme en Santiago, llegó a ser ese animalito tan viejo, un trapito de huesos que duerme en la silla de la terraza en la casa de La Boca, que se consume día a día hasta que día no despierte más, así de vieja nada más. Así, como todos, que no nos damos ni cuenta de eso, cómo llegamos, si es que llegamos, a ser ese paquete de piel suelta y huesos descalcificados a quien les pasó, como una formación de trenes, la vida por encima.

martes, 11 de diciembre de 2012

Cajón de fotografías

He estado trabajando sobre la fotografía desde el punto de vista teórico: Barthes, Sontag, Soulages, Dubois...Benjamin... desde una perspectiva lejana, distante, fría ¿qué mierda es y significa la fotografía? Y de pronto todas esas reflexiones se vienen al tacho de la basura cuando me doy cuenta de que falta un cajón de fotografías.

Era una caja de madera antigua, más o menos grande, donde fui apilando cientos de fotografías familiares a falta de disciplina para armar varios álbumes que incluirían fotografías de mis padres antes de que yo naciera, de mi abuela, de la casa, de los animales, de todas mi edades, de mis amigos en esas edades, de mi hijo, de mis novios, de mis viajes, todas esas fotos de las cámaras analógicas, con algunos negativos de respaldo incluidos... ¿a quién se le ocurre poner todos los huevos en la misma canasta?

En el último viaje que hice a Chile, después de desarmar la casa de Riquelme, me traje la caja de fotografías. Me pareció simbólico, más importante que, por ejemplo, unas ollas u otros libros que todavía me quedan allá. Había, por ejemplo, fotografías que me alcanzó a tomar mi padre. No salía él en la imagen, pero el hecho de que él hubiese puesto la mirada detrás del aparato, me resultaba significativo para recordarlo a él o, quizás, para observarme con su mirada.

Entonces, varios meses después, vino la mudanza en Buenos Aires que, como toda mudanza, finalmente resultó caótica.

Y hoy comencé a buscar unos pasteles y óleos para pintar una tela. No los podía encontrar. Me empecé a desesperar porque ya estaba desesperada desde que Pablo me llamó para contarme que se habían robado todo lo que había en el Land Rover tirado en Retiro. Recordé, medio en penumbras, que en la misma caja de cartón que puse los pasteles de la tía de Pablo estaba la caja de fotografías. Me dediqué a revisar todos los pocos paquetes que todavía quedan sin desembalar.

No. No. No. No están por ninguna parte. Se perdieron.

A pesar de toda una maraña teórica casi me pongo a llorar. Un par de cientos de fotografías que a nadie más que a mi se perdieron. Ahora pasa cada una de ellas por mi mente como las imágenes a Borges en el Aleph. Las veo todas juntas y por separado, mi mamá y yo en el jardín de mi abuela ambas con ropas  con diseños escoceses, a Daniel en la plaza Brasil, a Sebastián reflejado en  las ventanas del metro, a Fernando acariciando un cerdito en el sur de Chile, una foto cuadrada y borrosa de mi padre sentado en el patio de la casa de mi abuela, mi perra apoyada sobre una mesa observando a mi abuela dormida al otro lado, nieve sobre la tierra de la cordillera, Ángel con una mochila sobre una roca en Chiloé... cientos, todas juntas, cada una.

Ya no están.

¿Y ahora?

sábado, 7 de julio de 2012

Gris


Me contaron que pintaron de gris la casa, las rejas y que ya no quedan las flores en el balcón.

Ya está.

Ahora vivo (vivimos) la angustia de encontrar una nueva casa.

El adiós debiera ser definitivo como la despedida en la estación de tren ¿te acuerdas? No hay vuelta atrás, no la hubo cuando me subí a ese vagón hacia Vigo y me alejé y crucé el continente, el cielo, el océano y los años. Y crucé los años hasta ahora. Allí (¿ a dónde?) quedaron los besos bajo la lluvia y el sabor a vino dulce al lado de río, allí los sueños, allí las manos desesperadas y jóvenes, allí todo lo vivido y lo desvanecido en la sustancia desconocida del tiempo y el espacio. Allí donde ya no los puedo tocar. Allí.

lunes, 28 de mayo de 2012

Encuentros de un final

Desarmé la casa de Santiago de Chile. Entre los cachivaches y cajas aparecieron muchas cosas, claro, entre ellas esta serie de gatos:








lunes, 14 de mayo de 2012

Disciplinar aves

Me tengo que callar.

Acá no me atrevo a prepararme un huevo frito y me da miedo hacerme un té aunque me castañeen los dientes y se me retuerza el estómago. Y es que la serie de errores que puedo cometer en el intento son simplemente incontables, digamos infinitos por lo desconocidos e impredecibles. Supongamos el caso de un té: ¿qué tetera uso? Hay dos, una eléctrica y otra tradicional. No sé cuál es el criterio para usar una u otra, solo sé que aveces usa una y a veces otra en el mismo día. No sé si una es para hervir el agua y la otra para recalentarla. No sé si se gasta más en electricidad o en gas. Además, sobre el mesón, sobre un lugar que parece bien determinado hay un termo ¿habrá que vaciar el agua hervida allí para después recalentarla en la otra tetera? Como sea, a veces está abierto, otras cerrado. En fin, supongamos otra vez que me decido por usar la pava eléctrica, aunque quizás deba usar la otra, la lleno de agua de la canilla pero ¿debo llenarla o solo ponerle agua para mi taza? En caso de que ponga más agua ¿debo vaciarla en el termo? La lleno. Entonces escucho una voz seca "¿llenaste la tetera?" Entre fastidiada y tímida respondo algo intermedio "Le puse agua para dos tazas". Entonces se asoma y "pero yo no uso agua de la llave, uso agua filtrada". Descubro que efectivamente al lado de la pava eléctrica hay un recipiente extraño con agua. Primer error y todavía ni caliento el agua, hasta es posible que se haya reprimido el reproche por haber usa la tetera equivocada. De aquí en más los errores pueden seguir multiplicándose a una escala que me llevaría demasiado espacio para un blog, pero enumero algunos factores de riesgo: hay cuatro paños, uno para las manos, otro para el servicio, otro para las ollas, otro para ¿para qué? ¿cuál es cual? Hay tres luces ¿cuál se enciende cuándo? ¿dónde debo dejar el limón? ¿qué cuchara uso para la miel? la bolsita de té ¿la boto con la basura orgánica o acá hay otro criterio? ¿le saco la etiqueta? ¿o el té se bota aparte para el abono de las plantas? ¿qué taza uso? ¿la deberé lavar después y con qué detergente? Con lo cual vuelvo al tema del paño ¿debo secarla y guardarla? ¿con qué paño? Mejor no me preparo el té, ayer se me olvidó desenchufar y destapar la tetera y me lo hizo notar. O espero en las noches a que se duerma con las noticias que no son noticias (un señor se perdió en la esquina de su casa: quince minutos; otro señor no recibe su medicamento a tiempo: otros quince minutos; otro señor vive solo en una isla de Chiloé, reportaje principal, veinte minutos eternos lleno de clichés poéticos e ideológicos con voz patética; fútbol, lo mejor ¿en este país no hay noticias?)... repito, espero que se duerma con las noticias de la tele y me sirvo un té tratando de no dejar rastro de mis errores. Imposible. Siempre detectará algo.

Pobre madre.

La escucho a veces reprender a los pájaros que tiene. Los reta, los trata de corregir, usa una voz áspera, el pájaro es "desordenado" para comer y bota semillitas fuera del tiesto, como un niño que bota migas fuera del plato. Los pájaros hacen otras cosas de pájaros que ella debe ordenar. Los pájaros están, en realidad, para cantar con su canto agudo y punzante. Mientras, ella los trata de disciplinar.