sábado, 23 de octubre de 2010

sueño para analizar

Estaba en una suerte de campo, bajo un árbol, con mi pareja, dispuestos a hacer el amor. Era el crepúsculo. Durante el día había caminado por el campo y había descubierto que los gansos que paseaban por el lugar tenían varios nidos con huevos, uno huevos grandes y muy blancos. Alguien del lugar me contaba que cuando nacían los polluelos y recorrían el campo rumbo al estanque de agua, las gentes del lugar, hombres principalmente, iban a matar a los gansos adultos con sus escopetas, a cazar, la temporada de caza. Horrorizada con la costumbre, le preguntaba si acaso los polluelos sobrevivían. Me decía que algunos, aunque la mayoría moría, pero como podía ver yo misma, seguía habiendo gansos. Sí, yo los estaba viendo. No entendía cómo podían seguir existiendo estas aves en el lugar si todos los años había una masacre de ellas. Eso había sido durante el día. Ahora anochecía y estaba semi desnuda a punto de hacer el amor con mi pareja. Estaba excitada y tenía muchos deseos. Ahora recuerdo que entre la escena de los gansos y la hora del anochecer bajo el árbol, él me había ido a buscar a una facultad. Yo estaba estudiando en un aula junto a varios compañeros y compañeras. Leíamos un libro cuyo título era un nombre femenino, aunque no era Madame Bovary. Desde la facultad habíamos regresado al campo. En el momento es que mi pareja estaba por penetrarme, se separa de mi y me empuja con rabia y asco. No voy a hacer el amor contigo porque estás pensando en otro hombre, me decía. Yo no lograba comprender lo que había sucedido, pero me daba cuenta de que era inútil rebatir su idea. Me empezaba vestir para irme, pero él me decía que no podía, que si no hacía el amor con él pensando en él, no lo haría con nadie más. Estaba encerrada porque ¿cómo podría él alguna vez saber lo que yo pensaba? Si se le había metido la idea en la cabeza no habría forma, con datos objetivos, de convencerlo de lo contrario. Me detuvo con fuerza del brazo, enterrándome sus dedos fuertes. A continuación, la cosas empeoraban, de pronto era prisionera de él y su familia. Tenía una madre que se encargaría de castigarme por mis pensamientos. Además, tenía un hermano con una mujer extranjera que no era castigada y yo no entendía cómo ella se las arreglaba para mantener contento a su marido, como de verdad no entiendo cómo los matrimonios pueden ser de tan largo aliento. De todas maneras, se veía que ella estaba de mi lado, pero no podía hacer mucho; al menos, tenía la libertad de salir del campo. A mi me encerraban en una suerte de jaula gigante, o galpón mejor dicho. Antes de que ella se fuera, yo le pasaba mi celular, que me lo iban a requisar y le decía que por favor tratara de comunicarse con la biblioteca con el señor al que le dicen "el negro" para avisarle que le llevaría el libro después de lo previsto. El negro era en realidad un amigo al que yo creía que podía pedir ayuda para que me fuera a rescatar. Ella me dio señales de que había entendido la estrategia y se fue. Más tarde la vi partir en su bicicleta por la alameda que se dirigía a la salida. Se alejaba y yo me quedaba con la esperanza de que me vinieran a buscar. Mientras, la madre de mi pareja o esposo o lo que ya fuera, que es mi pareja en la realidad, me había amenazado con colgarme de los pies si no... si no no sé qué... no sabía lo que esperaban de mi, más allá de que pensara en mi esposo cuando hacía el amor con él. Sin embargo, tuve la sensación de que ya otra mujer había muerto colgada de esa manera.

Sigue, pero es muy largo, puedo decir que hacia el final del sueño, había logrado salir del galpón o granero junto con la chica extranjera que, aparentemente, también tenía intenciones de escapar y llegábamos a una suerte de puente que cruzaba un río, pero el puente, contruido de tablones de madera, se estaba desarmando y daba la impresión de que más que cruzarlo había que escalarlo por sus maderas podridas y astilladas. Yo seguía esperando que el negro llegara con el jeep, pero me daba cuenta de que ese puente y ese paisaje en general solo era posible atravesarlo a caballo, por lo que con la chica decidíamos robarnos los caballos de las carretas de unos trabajadores que no lográbamos saber si sabían algo de lo que sucedía en este lugar, si estaban de nuestro lado o eran cómplices de la familia.

Nunca en el sueño logré llegar a la salida.

martes, 19 de octubre de 2010

Extrañamiento

De pronto te miras al espejo y te desconoces. No es nada raro, entonces, que llegue un momento en que miras a otra persona y te parece un extraño. Entonces, te preguntas si acaso la persona que conociste cambió (como naturalmente debería suceder, pero en dirección positiva y, en general, el cambio que uno percibe es en sentido contrario) o si todo fue una ficción de la mente, la mente de uno o del otro, pero una ficción al fin y al cabo que terminó como el final de la última página de un libro, saliéndose de él para chocar, inesperadamente, con la rutinaria realidad:

Sos otro o yo te imaginé de otra manera o vos te construiste de otra manera para mi, pero te miro, te escucho, te veo beber y no te reconozco.

viernes, 15 de octubre de 2010

Maternidad

"¿Es cierto que eras más sabia cuando no querías tener hijos?"

Me pregunta mi hija menor después de tener que escuchar un par de horas, días atrás, mi larga letanía sobre la maternidad. La verdad, lo cierto, lo profundamente humano, es que muchas mujeres no estamos dotadas para esa maternidad que por siglos nos vienen inculcando, descontadas razones ideológicas, económicas y ecológicas (hasta filosóficas) por las cuales una puede argumentar la decisión de no tener hijos. Lo mío es pura falta de paciencia a estas alturas. Me parece inconcebible el esfuerzo que uno hace por criar seres humanos en crecimiento que deben poder desenvolverse en la adultez siguiendo ciertos criterios de buena convivencia con el resto sin caer en la pelotudez de ser los corderitos de un sistema macabro. Qué decir de encontrarle sentido a la vida. Y es que a menudo me veo como en una película rayada, siempre repitiendo la misma escena, sin poder salir de los mismos veinte cuadros, el mismo diálogo (¿monólogo?) sin resultado alguno.

Supongo, a veces, que si estoy descontenta, cansada, agotada, hastiada es porque no lo he hecho muy bien que digamos.

"Mi papá dijo que eras mala madre"

Me dice también mi hija. Me río. Pobre pelotudo ¿en qué estará pensando cuando hace un juicio como ése? Como si a la maternidad le cupiera algún tipo de calificativo. Mi hija goza con el comentario, hace listas con las razones que su padre argumentó su anacrojuicítico, no porque me quiera herir de vuelta, como si yo la hubiera herido al decir que a los 26 años tenía las cosas más claras, cuando no quería tener hijos. Al final no me toman en serio.

"Mamá, ¿te querés callar de una vez?", me grita mi hijo mayor "¡No nos dejás escuchar los Simpson's!"

Me pregunto si a Homero lo hicieron un desastre completo ¿por qué Marge parece responder a los ideales de la maternidad moderna perfecta?

Tal vez lo que deba hacer es escribir una serie en que la madre sea un completo desastre, una madre que no quiso ser madre, pero que lo es "contra viento y marea", o sea, contra natura.

viernes, 8 de octubre de 2010

La angustia de crecer (no es diferente de la de envejecer)

Hace un par de años tendí a mi hija sobre papel mantequilla (manteca le dicen acá), tracé su contorno e hice una muñeca de trapo de su tamaño, rellena con lana natural, para que se entretuviera vistiéndola con su ropa. Desde entonces no se pudo separar de ella, cosa que le molestaba bastante al padre cuando la llevaba en bicicleta o emprendían largos viajes en un pequeño auto que usaban entonces la familia de él. Tampoco la podía llevar al colegio porque allá tienen otra idea sobre la educación y supongo que tendrían poderosas razones didácticas y disciplinarias para prohibirle el ingreso de semejante muñeca (tampoco permitían juguetes pequeños, pero esos se podían esconder al fondo de la mochila). En fin. A donde iba mi hija llevaba a su Alejandra y podía pasar muchísimas horas con ella y otros muñecos de trapo jugando.

Hasta hace un par de días.

Mientras estudiaba en mi tallercito del fondo, llegó llorando con Alejandra en los brazos.

– ¿Qué te pasa?
– Es que no puedo jugar con Alejandra.
_ ¿Por qué?
_ Porque algo me lo impide.
_ ¿Qué es lo que te impide jugar con ella?
_ No sé.

Lloraba.

– Algo en mi interior, algo en mi interior ya no me deja jugar con ella, aunque lo intente.

Lloraba más.

– Lo intento, pero ya no puedo, aunque yo la quiero, yo la amo, pero algo en mi interior me dice que ella ya no tiene vida propia.

Lloró más amargamente.

Me fui a la facultad, pero supe que estuvo así muchas horas, por intervalos que subían y bajaban.

Ayer ya no vi a Alejandra sobre la cama.

– ¿Y Alejandra?
– La escondí...
_ ¿...?
– Es que no soporto la pena de ya no poder jugar con ella.

martes, 5 de octubre de 2010

Recuerdo: a los veintitantos todo era potencia: Nir, el israelita que me llevé a casa (cuando yo tenía casa y podía disponer de ella y de mis amantes, cuando, peor aún, tenía amantes) me aplastaba contra la escalera que conduce a la terraza y apenas si me daba cuenta de que el borde de los escalones se me incrustaban en la carne y me rasguñaban con sus imperfecciones: Nir tenía un cuerpo hermoso y un pene fenomenal (le saqué muchas fotos desnudo en el desierto cuando estudiaba fotografía) que me distraía de cualquier dolor supérfluo. No recuerdo tanto placer porque debido a él me desmayé. ¡Cómo debe de haber sido! Ahora lo rememoro como una imagen del cine, afuera de mi, como si hubiesen sido otros los personajes, no yo, ahí, llena de placer, experimentando la pétit morte mejor que en cualquier ensayo medio moribundo de palabras.

Me consuelo: al menos viví tanta pasión, al menos no dejé pasar los años en pos de ideales de virginidad y fidelidad.

Me desespero: a los días (o semanas) Nir se fue a Bolivia. Lloré mucho. Lloré veinticuatro horas seguidas sin parar, masturbándome en el baño del bus a cada rato. Lloré. Supongo que lloré porque ya me daba cuenta de que, después, solo algunos años después, todo iba a ser el recuerdo de otra persona describiendo la escena de una película que vio hace años en el cine ¿te acordás?

Ya ni la experiencia es mía o no la puedo volver a imitar.