domingo, 13 de enero de 2013

Me despierto un dia y todo ha cambiado

Me desperté con el sonido tenue de un pájaro y me pregunté dónde estoy. Ahora, a veces, no es raro despertarme y hacerme esa pregunta ¿dónde mierda estoy? Y es que la vida, con los años, comienza a suceder con una velocidad inesperada, demasiado rápido, cada día me despierto y algo ha cambiado que me sorprende incluso el crecimiento de mis hijos. ¡La puta madre! ¿Este adolescente alto y flaco que ya  me supera en altura en mi hijo? Pero si ayer dormía en su camita con el móvil de colores mientras nosotros, los adultos, jóvenes llenos de vida, bebíamos y bailábamos por toda la casa. Y sí, vaya, ¿en qué momento pasaron diez, doce, trece  años? Ahora comprendo a los japoneses. Lo importante es el proceso de las cosas, no el resultado, si, total, el resultado va a llegar de todas maneras, no hay forma de escapar a él, llega cualquier día de esos en que, con mas arrugas y más canas, te preguntás en la mañana ¿dónde estoy? ¿Quién soy?

Por eso el otro día, como escribí, lloraba despacito, suave, en el living, si así se lo puede llamar, de mi casa en La Boca, porque de un momento a otro, después de la tormenta y el ajetreo de meses, tuve un poco de lucidez y pude ver todo y me pregunté eso ¿donde estoy? ¿qué hice? ¿por qué abandoné todo? Abandoné todo justo en el momento en que en mi en mi trabajo en la editorial, gracias a los libros empezaba a dejar de ser "doña nadie, dueña de casa" para venirme esta ciudad que a ratos quiero, a ratos encuentro hermosa, a pesar de su suciedad a veces, a pesar de su pobreza dolorosa, Buenos Aires, me despierto bajo tu cielo azul y blanco de nubes y lloro las desgracias que te pasan, como aquella de los niños del subte o, peor, esos otros niños que vi en la calle Corrientes abandonados a su suerte con una mujer tan drogada que no sabía, no sabía, de su existencia, la de ella y la de sus hijitos en la calle. Entonces también me pregunté, a los llantos, qué mierda hice, por qué dejé todo por venirme a una ciudad donde nos tropezamos todos los días con la pobreza, la miseria y la muerte.

Y Pablo, a quien quiero todos los días un poco más, pero nunca lo suficiente, tiene que soportar mi furia, mi desgracia, mi incomprensión, horas y días en que no puedo si no preguntarle, sabiendo que no tiene ni la respuesta ni la culpa ¿por qué pasa esto? ¿por qué me vine? ¿qué estoy haciendo acá? ¿qué clase de sociedad es esta? ¿cómo es posible que lleguemos a estos extremos? Claro, claro que no hay respuesta.

Así es, un día uno se despierta y todo parece nuevo y desconocido, como un viaje en el tiempo y en el espacio, siempre hacia la vejez y la muerte, claro. No sé, francamente, cómo pasó todo esto, cuándo mis hijos dejaron de ser esas criaturas pequeñas y tiernas, esos cachorritos, cuándo mi piel dejó ser tan tersa y suave, cuándo me aparecieron esas arrugas y ese gesto extraño en mi rostro -ese gesto tan extraño en mi rostro- cuándo la Isolda, esa gatita que me dejaron sucia y llena de pulgas en la puerta de mi casa de la calle Riquelme en Santiago, llegó a ser ese animalito tan viejo, un trapito de huesos que duerme en la silla de la terraza en la casa de La Boca, que se consume día a día hasta que día no despierte más, así de vieja nada más. Así, como todos, que no nos damos ni cuenta de eso, cómo llegamos, si es que llegamos, a ser ese paquete de piel suelta y huesos descalcificados a quien les pasó, como una formación de trenes, la vida por encima.