lunes, 22 de noviembre de 2010

Naufragio

Estoy en el barco que se hunde. Yo soy, por supuesto, el barco. Lo que no se hizo a tiempo ya no se hizo ¿cómo se los explico a mis hijos? No les puedo transmitir el dolor que en estos momentos siento. Alguna vez pensé, llorando tirada arañando el suelo, que no volvería a experimentar ese sufrimiento: el tipo que pensaba que amaba me acababa de decir que ni me amaba ni nunca me había amado. Después me di cuenta que tampoco yo lo amaba tanto como creía: dudo, de facto, si he amado a alguien alguna vez. Ahora no se trata de amor, se trata de una vida que se me va, de que las oportunidades ya están a miles de metros bajo el agua, imposible recuperarlas ¿qué mierda hice todos esos años? Me las di de rebelde y de anarca, de humilde y de ermitaña, de asistemática del mundo ¿para qué? Para darme cuenta de que la falta da ambición y de sociabilidad, de visibilidad, me cuestan tan caro a mi intenciones, intenciones que a estas alturas ya no tienen sentido. No sé si quiera si vale la pena preguntarse si lo hago tan mal o demasido bien, quedé fuera del circuito y me eso me pesa ahora. Estoy cansada. No quiero luchar más porque ya no vale la pena. Ya es tarde. Perdí todo ese tiempo valioso que es la juventud y no sé cómo explicárselo a mi hijo para que no le pase lo mismo y un día, cuando sea demasiado tarde, se de cuenta de que perdió todo.

martes, 9 de noviembre de 2010

Comunicarse

Estoy cansada, siento que el horizonte se desvanece y que la comunicación es imposible; hastiada de los diálogos circulares o, no sé si se puede aplicar a una conversación: obtusos; aburrida de la enunciación de ideas cerradas e irreflexivas: "no me querés" por "no me siento querido", "me ignorás" por "me siento ignorado", "no me llamás" por "me gustaría que me llamaras", solo por citar las más simples y breves; fastiadiada de esa tendencia de echarle la culpa al otro de como uno se siente y no ser capaz de verlo, no reconocer que todo lo que le pasa a uno, todo lo que uno siente, no tiene nada que ver con lo exterior, ni menos con las personas que nos rodean, que no podemos pedir que nos quieran o nos traten como uno desearía porque el otro es eso: OTRO, que siente diferente, que ama diferente, que se expresa diferente y, me parece, lo fundamental es poder expresarse con espontaneidad, al menos en casa, ya que hay tantos otros ámbitos donde la obligación nos censura y mata de a poco.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Verte partir

Verte partir, aunque no sea desde el andén de la estación, me ha producido cierta opresión en el pecho que sólo se puede definir como eso: opresión en el pecho, como si me hundiera muchos metros bajo el agua y me agobiara el peso de ella, llevándome a un estado, acaso un lugar, desconocido e indefinible. Flotando en ese lugar que me oprime, me doy cuenta de que dejas un vacío en mi sustancia (si yo fuera agua, quizás sería una gran y molesta burbuja de aire, si yo fuera el espacio, quizás fuera un agujero negro, si yo fuera una persona probablemente un coágulo en el corazón).

Son las circunstancias de la vida, ya lo sé ¿cómo no lo voy a saber a estas alturas? Todo tiene que terminar para que empiecen otras cosas (vidas, experiencias, trabajos, ilusiones). ¿Te acordás cuando hablábamos del tiempo? ¿que las categorías europeas no se pueden aplicar nuestras literaturas, a nuestras vidas? Por que sí, el tiempo no es lineal, aunque ahora te vayas y pareciera que todo, o una parte de nuestro todo por acá, se acaba. Somos el río que corre, parte de él, pero los cursos se separan, aunque sigamos siendo la misma sustancia (o felizmente, a pesar de todo, seguimos siendo la misma sustancia).

Anoche no podía recordar cuántas veces tomamos el 55 juntas rumbo a la facultad. Claro, no las fui contanto y tampoco ahora es importante. Fueron tantas que se convirtió en una rutina, en una sola gran acción que ocupaba parte importante de mi vida. Y cuando dejaste de ir a la facultad, fueron los café en tu casa o la mía, la rutina de caminar esas dos cuadras que apenas nos separaban, muchas conversaciones de trabajo o de problemas o de reflexiones.

De alguna manera vos, que sos la más joven, me daba una seguridad para enfrentar el 55, la facultad, los estudios y hasta las fiestas, solo porque estuvieras allí, aunque no habláramos, aunque conversaras con otras personas, aunque pareciera que yo estaba ausente.

Y ahora te veo partir. Lloro, pero no lloro porque quiera que las cosas cambien. De alguna manera me parecen que fueron perfectas así como fueron. Lloro porque cuando uno cambia de etapa o de ciclo tiene derecho a llorar por lo queda atrás y por el miedo, si te da miedo, de lo que viene adelante. Al final, la vida es una gran incertidumbre y muy pocas personas, con su sola presencia, te pueden hacer sentir mejor y más segura. No tiene que ser la persona que te acompañe el resto de la vida, ni un amor, ni una pasión, si no una amiga, una amiga.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Una madre "moderna"

Mi amigo médico, aristócrata con vocación social, 39 años, soltero, hippie por opción, tiene una idea de la maternidad que lo hace escandalizarse con cada comentario que yo, madre sincera, hago frente a él, conociendo muy bien su sensibilidad. No puedo dejar de pensar en él cada vez que con otras madres, amigas o no, hacemos comentarios del tipo "Che, vamos a cansar a los chicos a la plaza" o, peor aún: "¡Uy, este pendejo me tiene podrida!". En su concepto de vida, la maternidad es un lecho de rosas colmado de amor, los hijos siempre son un encanto y, si algunas veces no lo son, ahí están las madres mujeres tiernas, pacientes, comprensivas, que los contengan.

Así que ahora que la posibilidad de hacer una serie televisiva (sit com, creo que le dicen) con una madre desastrosa como protagonista, tampoco puedo dejar de pensar lo que el pobre pudiera pensar de la sociedad. Lo cierto es que no sólo pienso en él, también tengo en consideración los ejecutivos y profesionales que trabajan para el nuevo gobierno en Chile y me parece, entonces, que la posibilidad se va alejando más y más. Estoy segura que la mayoría de las madres de cuarenta y años, años más, años menos, se sentirían identificadas y se entretendrían, así como los hijos adolescentes que las sufren. La lógica es implacable: si mi amigo aristócrata, mesurado y con ideas socialistas se escandaliza ¿qué se podría esperar de una dirección que, asumo, está integrada por mayoría de varones católicos y opus dei?

No una madre real, en todo caso. Y eso es lo que yo quiero mostrar.