domingo, 31 de enero de 2010

Amor, hijos, escritura

Montaigne despreciaba el amor a los hijos porque no dependía de la voluntad, pero después admite que el amor en absoluto depende de nuestra libertad de elegir, el amor se da, no se elige, aunque después de que surge uno pueda elegir cómo amar en libertad. Eso, por supuesto, me hizo pensar en el amor (el apego, el vínculo, la dependencia) que tengo de mis hijos, así como con otras personas (la pasión, la hermandad, o sus opuestos). En estos días, en que mis niños están lejos, no puedo dejar de pensar en sus risas y en sus ideas infantiles. Me dice que la vida es buena sin los niños rondando, pero no lo es, no es estoy de acuerdo, siento que la vida sin mis hijos sería un abismo donde seguría cayendo como caí hasta que ellos nacieran. Son mi equilibrio, mi relación con la realidad, no puedo imaginar, ahora, la vida sin ellos. Es cierto, ahora quizás no los ame porque haya decidido amarlos por su belleza, bondad o inteligencia, pero los amo porque me dan una felicidad que no he encontrado en ninguna otra parte, salvo en la escritura. La risa de cristal de mi hija, los sentimientos transparentes de mi hijo, las palabras liberadoras de la escritura: eso es todo. Sin ello, prefiero morir.

jueves, 28 de enero de 2010

Futuro

Si uno se construye como sujeto en relación con la imagen que los demás proyectan de uno sobre uno mismo ¿cómo construirme si estoy sola? ¿es necesario? No veo futuro. O más exactamente, no me veo en el futuro, no puedo hacer un proyección de mi vida hacia adelante porque no tengo donde reflejarme. Si pienso en escribir ¿qué voy a escribir? Si pienso en una casa ¿dónde voy a vivir? Si pienso en un país ¿dónde estaré? Si pienso en mi carrera profesional ¿qué es lo que haré en apenas un año más? Blanco. Rojo. Azul. O negro. Lo veo todo de un color plano, sin matices ni texturas. Así veo el reflejo de mi vida en el futuro, una tela de color plano, liso, abrillantado, sin marco, sobre una pared blanca.

viernes, 22 de enero de 2010

Amor

Yo sé que él espera que algún día le diga que lo amo, pero me resisto a pronunciar esa frase manoseada que con tanta facilidad se escapaba de nuestros labios cuando hacíamos el amor de adolescentes y jóvenes, ese concepto por el que muchos han hecho las estupideces más grandes y otros han arruinado sus vidas. No todos, supongo, espero. Y él lo sigue esperando como si esa frase fuera a reafirmar algo que no logro entender porque, entre todas la frases hechas, ésa es precisamente la más ambigua y la más subjetiva. Yo quisiera decírsela para hacerlo feliz, pero me siento demasiado comprometida con la fuerza y el valor de las palabras que pronuncio y tengo que aceptar que no puedo entregarle un pedacito de felicidad repitiendo palabras que para mi no tienen ningún sentido ni cualidad de compromiso. Tengo deseos de decirle que son palabras nada más, lo demás está en los hechos, que son como un cuero vacío. No debe ser tanto porque si él alguna vez las dice yo siento un pequeño pavor flotando encima mío, unas tenues ganas de salir escapando y un breve orgullo en mi envejecido ego. Lo soluciono con un beso suave, no pasional, porque no sé cómo salir del trance de su confesión sin atormentarlo ni yo comprometerme con el reflejo de unas palabras que no quiero que se reflejen.

Horizonte

Yo pensaba que tenía alguna amiga. No tengo nada. Quizás no me las he ganado. O las he perdido. Ya no tengo lazos que me aten a este lugar, salvo la material propiedad de esta casa. Oteo el horizonte. No hay nada.

martes, 12 de enero de 2010

Mi jardín porteño no es perfecto

Quedó triste y derrumbado después del vendaval... y yo también después de ver las fotografías en la distancia, con lupa investigando cada rincón. No queda mucho de mi allí salvo algunas especies que planté y que han sobrevivido a las tempestades y mi ausencia. Pueden estar, pero de todos modos de un forma descuidada, como al niño que apenas alimentas y no bañas, al que dejas levantarse y trajinar por la casa y el pasillo común con las mechas alborotadas llenas de piojos que siguen reproduciéndose, ésa es la imagen de mi jardín que recibí, como si hubiese dejado a mis hijos abandonados, sucios, despeinados y tristes.

lunes, 11 de enero de 2010

No te quiero acá

Hoy soy yo la que no puede dormir. Pasan los minutos eternos por mi cámara oscura. No pasan. Me levanté sin saber qué rumbo tomar por el departamento. Me senté con el diario de vida frente a mi, buscando una suerte de liberación. Solo el escribir me puede liberar, pensé; sin embargo, también puede ser una condena. Escribir en clave. Sí, metáforas y símbolos, pero escribir, escribir, aunque ni yo misma después pueda comprender lo que quise decir. No es raro, sabes, escribir, leer, olvidar y no comprender. Quisiera ser transparente con mis culpas, mis tormentos, mis suciedades, como si el diario fuera el confesor. No puedo exponerme a la condena de los demás. No, ya estoy condenada y no quiero más. Música. Silencio. Palabras. Soledad. No quiero mirarte a la cara, Aurora. Me da vergüenza. Deja pasar el tiempo. Ándate a tu pequeño jardín porteño y perfecto. Vive y llora allá. Y ríe. Déjame sola acá. No te necesito. O te necesito lejos. Vete luego, por favor.

jueves, 7 de enero de 2010

Parálisis

Anoche sufrí una parálisis existencial. Hace tiempo no me sucedía. Estaba tendida en la cama y ya no sabía nada de mí. De pronto sentí el peso enorme de todos mis errores, el brillo que fui extinguiendo, los caminos equivocados, el miedo y la ausencia de valor. Quise mirar para adelante y solo vi la drástica disminución de oportunidades. Nada. No podía dormir y, sin embargo, era una noche perfecta para dejar de respirar y morir. No hay nada adelante. Nada de lo que siempre quise y en lo que siempre creí posible para mi vida. Mi hija estaba a mi lado. Sería horrible que en la mañana se encontrara con mi cadáver como Lili se encontró con el de Oscar, mientras lo trataba de despertar para el desayuno de un día más. Dicen que tenía un rostro plácido. Eso sirve de consuelo para creer que murió satisfecho. Estoy segura que, a pesar de la angustia nocturna, yo también tenía la placidez impresa en mi cara. Nadie sabría lo último que pensé, que era nada menos que el fracaso en que me siento. Hubiese querido escribir "en esta (última) noche me atormentan pensamientos oscuros..." que ya no me atrevería a dejar como testimonio en un diario, expuesto a continuo riesgo de la exposición. Desde que murió Oscar dejé de obsesionarme por mi jardín porteño al otro lado de su jardín porteño. Era gris y violeta, frente al Pacífico, en un cerro de Valparaíso. Al morir ciertas personas nadie nota su ausencia, su muerte no se refleja en nada. Otras, en cambio, dejan un enorme vacío en todas las cosas que construyeron y que agonizan por mucho tiempo después pero irremediablemente se desvanecen. El jardín del puerto. Me equivoqué demasiado. Supongo que no es más que una crisis de la edad. Justamente. A esta edad no he construido nada. No pude dormir pero tampoco me atreví a escribir.