miércoles, 3 de agosto de 2011

Cuarenta

A pasos precipitados sobre los cuarenta años voy a decir lo que muchos ya han dicho, en silencio o a gritos (o, quizás, yo quiera creer que muchos lo han dicho): no he hecho nada... esto quiere decir nada valioso, por supuesto. No estoy en la cumbre de mi carrera, ni siquiera estoy al comienzo, probablemente todavía no sé cuál era mi carrera, más posiblemente nunca supe hacia dónde debía correr para ganarla o, al menos, participar en ella.

Son reflexiones inevitables al acercarse el día del cumpleaños, sobre todo si se cambia de folio. Al final, estamos hechos de convenciones. Todo es convención que aceptamos como imperativos biológicos porque ¿es más determinante cambiar de folio en el sistema decimal? No, claro, ahí están los antroposóficos, a quienes yo les creo, diciendo que los ciclos naturales son más bien de siete años (los cuarenta, entonces, no son un cambio importante en la vida de una persona, al menos no tan determinante como los 42, cuando entre en el sexto ciclo de mi vida). Otra convención lingüística: la carrera. Al final, es bastante angustiante, sino frustrante, tener que hacer cualquier cosa en la vida pensando que es una carrera, andar corriendo ¿para alcanzar qué? ¿la meta? ¿cuál sería la meta? ¿qué importancia se le asigna a los procesos en una carrera? Por definición lo que importa en una carrera es ganar, llegar primero a la meta. Claro está que están los que dicen, a modo de un raro consuelo en el que no se connota el verdadero significado del término, que lo importante es competir... una vez más... "competir". Alguna vez participé en competencias y maratones. Varios kilómetros corriendo para llegar sino la última una de las últimas. Ah, bueno, supuestamente estaba la satisfacción de llegar al final sin rendirse... pero lo mismo hubiera podido hacer sola, matarme corriendo esos tantos kilómetros sin someterme a la humillación de llegar honrosamente de las útimas. Por supuesto que si corriera sola ya no sería una "carrera", sino un desafío personal y, personalmente, prefería correr dando vueltas a la cancha del campus así sola, sin apuros, a mi ritmo, a veces acompañada por unas cuántas de esas vueltas (nunca los ritmos coinciden), con el saludo o la burla de algunos estudiantes que allí descansaban, estudiaban o fumaban marihuana... una, dos, tres horas trotando más que corriendo no es, ciertamente, una "carrera".  Si uno compite es porque quiere ganar... si no simplemente no entra en la carrera.

Así que así estamos a los cuarenta años en la carrera profesional, ni siquiera comenzada porque menos sé cuál es la meta a la que tengo que aspirar o, peor, aquella meta a la que aspiraba ya está atiborrada de otros competidores que llegaron primero y, francamente, pierde sentido seguir corriendo para llegar la última otra vez.

Más bien se trata de empezar una y otra vez cualquier cosa, lo que se critica como inconstancia... lo que es cierto, no vamos a negarlo. Es la única carrera que he perseguido constantemente: la inconstancia. Y no me ha llevado a ninguna parte. Quizás porque nunca entendí, y es difícil que lo entienda ahora, por qué tenía que correr.