viernes, 21 de enero de 2011

Vida salada

La sal. Al viajar de regreso a Buenos Aires suelo llevar sal gruesa marina. El sabor es otro, tiene el aroma a la playa del Pacífico, la brisa cuando te moja, sentada sobre el borde de una roca cuando revientan las olas, ahí, un poco al principio del abismo salado. Me gusta la sal, pero no cuando alguien anónimo pero susceptible de certeras sospechas se dedica a tirar sal en la entrada de mi casa, situación a la que no le di importancia la o las primeras veces, pero que me llamó la atención en cierto punto, por su insistencia en aparecer en abundantes cantidades. Lo busqué en nuestra enciclopedia virtual: es una brujería para provocarle mal a quien se le deja la sal en su entrada... pueril, ingenuo, triste, amargado, podría ignorarse el hecho, hasta reirse de él, pero, a pesar de todo, algo molesta en lo profundo: es encontrarse en medio de una sociedad donde las personas le desean el mal al otro. Cierta vez leí en una columna de un tal doctor en la Revista Viva del Clarín (me entretengo con sus clichés sicológicos) que la envidia sana no existe, que toda envidia es mala... no, doctorcito, le cuento que hay una envidia sana, como el yogur, si seguimos con los clichés, la que no te hace daño, la que incluso te hace sentir mejor por unos instantes (ciertamente, qué lindos zapatos llevo hoy) y hay una envidia enferma (podría ser el término adecuado) que es esta: la de un cobarde anónimo que te desea mal a tal punto que llega a creer en brujerías y te tira sal en la puerta de tu casa: para que fracases (¿acaso ya no hemos fracasado?), para que te vaya mal (¿acaso no ha sido suficiente con el terremoto y el nuevo gobierno?), para ¿para qué? ¿qué mal le pueden desear a uno? Ninguno, por cierto. Lo que enferma realmente es tener tan cerca gente así de enferma.

lunes, 17 de enero de 2011

Miedo

Después del terremoto, que yo sepa, a nadie lo ha ayudado el gobierno de turno. Por ahí la ministra de vivienda inauguró con mucha pompa algo de mil viviendas, pero en realidad correspondía a un programa del gobierno de Michelle Bachellet. Es sabido lo abandonados que están en el sur, pero tampoco los medios le dan mucho espacio, como corresponde a nuestra hegemonía derechista. Así, los miedos proliferan. Yo tengo mucho miedo y supongo que miles de personas, que están reconstruyendo sus casas, también lo tienen. En mi caso, el de los habitantes de la ciudad de Santiago, el municipio ofreció un subsidio de 500 mil pesos que requería una larga documentanción, entre ellas, la firma de un ingeniero y un arquitecto. La verdad es que sólo esas firmas costaban los 500 mil pesos. Así que desistí de hacer los trámites. Por suerte, porque tampoco podía ser cualquier ingeniero y arquitecto, sino que debía ser uno asignado por el municipio ¿qué tal el negocio? Ni hablar que después se les ocurrió que el municipio haría un convenio con el Banco Santander, no otro, no el Banco del Estado, por ejemplo, a quien debiera corresponder su participación dadas las circunstancias, bueno, un convenio con el banco español para ofrecer créditos "blandos" para los afectados por el terremoto. Hasta donde yo llegué a averiguar, este crédito blando tenía una tasa de interés de casi el 20% anual. En mi banco, conseguí un crédito con una tasa del 5% anual. Entré en el sistema. Tuve que entrar. No podía dejar mi casa, declarada patrimonio histórico por otro lado, sin techo y algunos muros cuarteados. Además, al mes del terremoto me llegó una carta del municipio avisándome que mi propiedad estaba inhabitable y que si no solucionaba el problema sería demolida en su totalidad (supongo que la fachada no, puesto que tiene esta condición de patrimonio). Ha pasado casi un año. La reconstrucción se hizo, a costa de un gran endeudamiento por mi parte con un banco privado. Todavía no termino de pagar ni de terminar los arreglos de mi casa. Y tengo miedo. ¿Y si pasara otra desgracia, como pasan? ¿Si este año lloviera inusualmente en Santiago y mi casa se inundara? ¿si la bodega de atrás se incendiara y tomara mi casa? ¿si no logro pagar el crédito? La sensación que tengo, que la debe de tener tanta gente de este país que parece tan desarrollado, o lo hacen aparecer, es que se tiene miedo, de que las fuerzas, por no mencionar la plata, se acaba, que esa cosa de luchador empedernido, ese mito que se reforzó con el tema de los mineros, tiene su límite, de que, sí, que el Estado debería apoyar a sus ciudadanos, a los afectados por el terremoto, a los magallánicos, a ese que tiene el sueldo minímo y que gasta un tercio de su sueldo en transporte "público". El Estado chileno ha abandonado a su pueblo. No se hasta cuándo se puede resistir esta angustia de vivir en el desamparo, peor, en medio del desamparo de un sistema de mercado que lo regula todo, todo.

lunes, 10 de enero de 2011

Reconstruir

Llevamos varios días dedicados a reparar la casa de Santiago de Chile, que sufrió algunos daños con el terremoto. Entre otras cosas, hemos ido desarrollando técnicas de reparación para muros de adobe, cielos rasos de tela y las innumerables grietas que se encuentran en casi todas las juntas: de muro con muro, de cielo raso con muro, de marcos con muros... Por un lado, esta casa de casi cien años, lo que es mucho para un país con tanto movimiento, tenía una serie de capas de papeles murales y pinturas que, resecas con el tiempo, se rajaron en varios puntos con el movimiento; por otro lado, dicen quee estos terrenos cayeron unos centímetros en la parte posterior, por lo que, si uno es cuidadoso y conocía la casa, se da cuenta de pequeños descuadres. La técnica más efectiva que hemos desarrollado para revocar los muros de adobe, ha sido una mezcla de cemento y adobe (en proporción de 1 a 4) que después empapelamos con papel volantín (papel cometa) antes de darle una capa de pasta de muro (o enduido). Para reparar los cielos rasos, cortamos lino a la medida y lo pegamos con cemento de contacto, luego una delgada capa de enduido antes de pintar: queda perfecto.

Mientras tanto, es decir al mismo tiempo, desarrollo una nueva faceta tuerca con el Land Rover del año 80. En estos pocos días, desde que lo retiré desde el galpón donde un amigo me lo guardó por un año, he aprendido bastante. La idea es aprender los suficiente no solo para emergencias en los viajes que imagino, sino para ir mejorándolo poco a poco en sus detalles. Se parece mucho a Walle-e comparadado con los jeeps nuevos, tiene un aspecto potente pero tierno a la vez.